Reflexión

INDISPENSABLE REFLEXIÓN

Sobre el Sedevacantismo se ha dicho lo que se ha querido, muchos han opinado sobre esta posición teológica y canónica católica sin conocer en profundidad sus verdaderos orígenes y desarrollo, sus verdaderos protagonistas --eclesiásticos de la mayor relevancia jerárquica como intelectual--, sus verdaderos y graves fundamentos dogmáticos, su imperiosa razón de defender a los católicos de la grave apostasía y cisma en el que ahora viven y malviven. Paradójica y curiosamente sus máximos enemigos y detractores han sido aquellos que se dicen "defensores de la tradición católica", estos son los falsos tradicionalistas, todos ellos ex miembros de la FSSPX a la cual hoy día calumnian y difaman con un diabólico resentimiento; dirigidos por una élite infiltrada con psudosteólogos que inventaron laberínticas "tesis" rabínicas-dominicas-jesuíticas, y de una gran malicia al servicio del complot judeo-masónico, y secundados por la complicidad y servilismo de una mayoría de incautos que movidos siempre por la ingenuidad de una cómoda negligencia se alimentan de las "teologías" y de los "teólogos" del facebook o de los blog de la internet. Frente a todos estos paracaidístas devenidos en estos últimos meses al "sedevacantismo" los hay de muchos colores, entre ellos contamos a los desilucionados por el coqueteo de Jorge Bergoglio con los Protestantes, Judíos y Musulmanes, como si Ratzinger, Wojtila y Montini no lo hubiesen hecho antes, estos nuevos "sedevacantistas" creen que solo Bergoglio es hereje formal y material y por lo tanto no es papa, pero los muy incautos "ignorantes en la cuestión" aceptan la misa nueva y los sacramentos dados con el nuevo ritual inválido e ilegítimo de Paulo VI. Los Católicos fieles creemos firmemente que el último Papa de la Iglesia Católica Apostólica Romana fue S.S Pío XII y que de allí por defecto y consecuencia de la Grana Apostasía ha cesado la institución del cónclave y cualquier iniciativa al respecto, solo será una delirante intentona.

jueves, 23 de febrero de 2017

FALSA Y VERDADERA MISERICORDIA... Pío XII: Acusar de dureza y rigidez a la Iglesia y a su moral, es acusar al mismo Jesucristo


ÚLTIMAMENTE se habla cada vez más, en nombre de una mal entendida misericordia, de que la virtud es pecado y que el pecado pasa a ser una virtud; se acusa a los católicos fieles y a la Iglesia de intolerante y exceso de rigidez, dureza de corazón y falta de misericordia. ¡Como si la Iglesia no destacara entre las obras de misericordia “corregir al que yerra” y “enseñar la verdad al que no sabe”!
Esa crítica revive el error de la “moral de situación” o “nueva moral” evolucionista, reiteradamente condenada por el Magisterio pontificio. Por ejemplo, dirigiéndose a los participantes de la “Jornada de la familia” realizada en marzo de 1952, decía el Papa Pío XII:

[...] La «nueva moral» afirma que la Iglesia, en lugar de fomentar la ley de la libertad humana y del amor e insistir en cierta dinámica digna de la vida moral, hace hincapié, casi exclusivamente y con excesiva rigidez, sobre la firmeza e intransigencia respecto de las leyes morales cristianas, recurriendo frecuentemente al “están obligados” o al “no es lícito”, que tienen un excesivo sabor de humillante autoritarismo.
Pero al contrario, la Iglesia quiere —y lo destaca expresamente cuando se trata de formar las conciencias— que el cristiano sea introducido en las infinitas riquezas de la fe y de la gracia, de modo persuasivo, para que así se sienta inclinado a profundizar en ellas.
La Iglesia, sin embargo, no puede abstenerse de advertir a los fieles que estas riquezas no pueden ser adquiridas ni conservadas si no es al precio de precisas obligaciones morales. Una conducta diversa acabaría por hacer olvidar un principio fundamental, sobre el que ha insistido siempre Jesús, su Señor y Maestro. Él ha enseñado, precisamente, que para entrar al reino de los cielos no basta con decir: “Señor, Señor”, sino que debe hacerse la voluntad del Padre Celestial. Ha hablado de la “puerta estrecha” y del “camino angosto” que conducen a la Vida y ha añadido: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque muchos, os digo, pretenderán entrar y no lo lograrán”. Ha puesto, como piedra de toque y señal distintiva del amor a Él mismo, Cristo, la observancia de los Mandamientos. Igualmente al joven rico, que le interroga, Él le dice: "Si deseas entrar en la vida observa los mandamientos” y a la nueva pregunta: “¿Cuáles?”, responde: “¡No matar, no cometer adulterio, no robar, ni dar falso testimonio, honrar al padre y a la madre y amar al prójimo como a uno mismo!”. Él ha puesto como condición a quien quiera imitarlo, el renunciar a sí mismo y tomar cada día su cruz. Exige que el hombre esté listo para dejar por Él y por su causa cuanto tiene de más querido, como el padre, la madre, los propios hijos y, al fin, el último bien, su propia vida. Porque Él mismo afirma: “A vosotros os digo, amigos míos: no temáis a los que matan el cuerpo, porque no pueden hacer nada más. Temed más bien a Aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo al infierno”.

Así hablaba Jesucristo, el divino Pedagogo, que sin duda sabe mejor que los hombres penetrar en las almas y atraerlas a su amor con las infinitas perfecciones de su Corazón, “bonitate et amore plenum” [“pleno de bondad y amor”].
Y el Apóstol de las Gentes, San Pablo, ¿ha predicado acaso de otra manera? Con su vehemente acento de persuasión, revelando el arcano encanto del mundo sobrenatural, ha desplegado la grandeza y el esplendor de la fe cristiana, la riqueza, la potencia, la bendición y la felicidad encerradas en ella, ofreciéndola a las almas como digno objeto de la libertad del cristiano y meta irresistible de impulsos puros de amor. Pero no es menos cierto que también son suyas advertencias como estas: “Trabajad por vuestra salvación con temor y temblor”, y que de su misma pluma han brotado altos preceptos morales, destinados a todos los fieles, ya sean de inteligencia común o almas de elevada sensibilidad.
Teniendo, por tanto, como norma estricta las palabras de Cristo y del Apóstol, ¿no se debería decir más bien que la Iglesia de hoy está más inclinada a la condescendencia que a la severidad? De ahí que la acusación de dureza opresiva que hace la “nueva moral” contra la Iglesia, en realidad golpea en primer lugar a la misma adorable Persona de Cristo [...].

lunes, 13 de febrero de 2017

LAS VIRTUDES TEOLOGALES. NATURALEZA DE ESAS VIRTUDES; SON CARACTERISTICAS DE LA CUALIDAD DE HIJOS DE DIOS. Tomado del libro "Jesucristo, Vida del Alma" del Dom Columba Marmion, O.S.B



Fe, Esperanza y Caridad
¿Qué son estas virtudes? Como os lo he dicho, son potencias para obrar sobrenaturalmente, fuerzas que nos hacen capaces de vivir como hijos de Dios y llegar a la eterna bienaventuranza.
El Concilio de Trento, cuando habla del aumento de la vida divina en nosotros, distingue, ante todas las cosas la fe, la esperanza y la caridad. Se llaman teologales porque tienen a Dios por objeto inmediato [Santo Tomás (I-II, q.112, a.1) indica otras dos razones de este término «virtudes teologales»; estas virtudes son otorgadas únicamente por Dios, y, de otra parte, sólo la Revelación divina nos las hace conocer]; por ellas podemos conocer a Dios, esperar en El, amarle de una manera sobrenatural, digna de nuestra vocación a la gloria futura y de nuestra condición de hijos de Dios. Estas son propiamente las virtudes del orden sobrenatural; de ahí su primacía y eminencia. Ved qué bien responden estas virtudes a nuestra divina vocación. ¿Qué se necesita, en efecto, para poseer a Dios?
Es menester, en primer lugar, conocerle; en el cielo ·de veremos cara a cara, y por eso seremos semejantes a El» (Jn 3,2), pero en la tierra no le vemos; únicamente por la fe en El y en su Hijo, creemos en su palabra y le conocemos con un conocimiento oscuro. Pero lo que nos dice de sí mismo, de su naturaleza, de su vida y de sus planes de Redención por su Hijo, eso lo conocemos con certeza, el Verbo, que está siempre en el seno del Padre, nos dice lo que ve, y nosotros le conocemos porque creemos lo que dice: «Nadie jamás ha visto a Dios; el Hijo Unigénito, que permanece en el seno del Padre, es quien nos le dará a conocer» (Jn 1,18). Este conocimiento de fe es, pues, divino, y por eso dijo Nuestro Señor que es «un conocimiento que procura la vida eterna». «En esto consiste la vida eterna, en conocerte a Ti, oh Dios verdadero, y a Jesucristo a quien nos enviaste» (ib. 17,3).
Por la luz de la fe, sabemos dónde está nuestra bienaventuranza; sabemos lo que «el ojo no ha visto, ni el oído oyó, ni el corazón sospechó, es decir, la hermosura y grandeza de la gloria que Dios reserva a los que le aman» (1Cor 2,9). Mas esta inefable bienaventuranza está por encima de la capacidad de nuestra naturaleza; ¿podremos, pues, llegar a ella? Sí, indudablemente; es más: Dios hace nacer en nuestra alma el sentimiento o la convicción interna de que estamos seguros de alcanzar este objetivo supremo, mediante su gracia, fruto de los méritos de Jesús y a pesar de los obstáculos que se opongan a ello. Podemos decir, con San Pedro: «Bendito sea Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que, según su gran misericordia, nos ha regenerado en el Bautismo, y nos dio esta viva esperanza de una herencia incorruptible que nos es reservada en los cielos» (1Pe 1,3; +2Cor 1,3).
Finalmente, la caridad, el amor, acaba esta obra de acercamiento a Dios mientras permanecemos en el mundo, en espera de poseerle en el otro; la caridad completa y perfecciona la fe y la esperanza, hace que experimentemos en Dios una real complacencia, que le antepongamos a todas las cosas, y deseemos manifestarle esa complacencia y preferencia por el cumplimiento de su voluntad. «La compañera de la fe, dice San Agustín, es la esperanza, es necesaria, porque no vemos lo que creemos y con ella no se nos hace insoportable la espera; luego viene la caridad, que aviva en nuestro corazón la sed y hambre de Dios e imprime en nuestra alma un deseo o impulso hacia El» (Sermo LIII). El Espíritu Santo ha infundido en nuestros corazones la caridad que nos mueve a clamar a Dios: ¡Padre, Padre! Es una facultad sobrenatural que hace que nos adhiramos a Dios, como a la bondad infinita que amamos más que a toda otra cosa. «¿Quién nos separará de la caridad de Cristo?» (Rom 8,35).
Tales son las virtudes teologales: admirables principios, potencias maravillosas para vivir de la vida divina, mientras moramos en la tierra. Lo mejor que podemos hacer para que sea una realidad nuestra cualidad de hijos de Dios y para caminar hacia la posesión de esta presencia eterna de la cual estamos llamados a participar con Cristo, nuestro hermano primogénito, es conocer a Dios tal como se ha revelado por Nuestro Señor Jesucristo, esperar en El y en la bienaventuranza que nos promete, por los méritos de su Hijo Jesús, y amarle sobre todas las cosas.
Dios nos ha dotado liberalmente con estas potencias pero no olvidemos que si bien nos son dadas sin nuestro concurso, no perseveran, no las conservamos ni las desarrollamos si no enderezamos a ello nuestros esfuerzos.
Es propio de la naturaleza y perfección de una potencia realizar el acto que le es correlativo (Santo Tomás, II-III, q.56, a.2; +I-II, q.55, a.2); una potencia que permaneciera inerte, por ejemplo, una inteligencia que jamás produjera un pensamiento, nunca alcanzaría el fin y, por consiguiente, la perfección que le es debida. Las facultades nos son dadas precisamente para que las ejercitemos.
Las virtudes teologales, aunque infusas, están sujetas a esa ley de perfeccionamiento, y si quedan inactivas padecerá un grave detrimento nuestra vida sobrenatural. De todos modos no son hijas del ejercicio, pues en este caso no serían infusas; y por esta misma razón sólo Dios puede acrecentarlas en nosotros. Por eso el Santo Concilio de Trento nos dice que solicitemos de Dios el aumento de estas virtudes (Sess. X, cap.18). Y en el Evangelio veis que los Apóstoles piden a Nuestro Señor les aumente la fe (Lc 17,5); San Pablo escribe a los fieles de Roma que está pidiendo a Dios haga abundar en ellos la esperanza (Rom 15,13); suplica igualmente al Señor que avive la caridad en el corazón de sus caros Filipenses (Fil 1,9).
A la oración, a la recepción de los sacramentos, conviene añadir la práctica de las mismas virtudes.- Si Dios es la causa eficiente del aumento de estas virtudes en nosotros, nuestros actos, hechos en estado de gracia, son la causa meritoria. Por los actos merecemos que Dios aumente en nuestras almas estas virtudes tan vitales; además, el ejercicio facilita en nosotros la repetición de estos actos. Este es un punto muy importante, puesto que esas virtudes son características y específicas de nuestra condición de hijos de Dios.
Pidamos, pues, con frecuencia a nuestro Padre celestial que las aumente en nosotros; digámosle, especialmente cuando nos acercamos a los sacramentos, en la oración, en la tentación: «Señor, creo en Ti, mas aumenta mi fe; eres mi única esperanza, mas afirma mi confianza, te amo sobre todas las cosas, pero acrecienta este amor, a fin de que nada busque fuera de tu santa voluntad...»

jueves, 2 de febrero de 2017

PROCESIÓN DE LA CANDELARIA, 2 DE FEBRERO...


La fiesta del 2 de febrero celebra, al mismo tiempo, la Presentación de Jesús en el Templo y la Purificación de la Santísima Virgen, 40 días después del nacimiento del Salvador. Se halla, pues unida al misterio de Navidad....
Es una fiesta de luz. Por su simbolismo, la procesión de la “Candelaria”, procesión de las candelas, evoca la manifestación de Cristo, luz del mundo, recibido en el Templo por el anciano Simeón como el enviado de Dios, “luz para iluminar a las gentes y gloria de Israel, su pueblo”. El Templo, centro de la piedad israelítica, al recibir a Jesús dentro de sus muros, parece habrá de irradiar con dimensiones universales. La venida del Salvador al Templo es el tema principal de la fiesta; pero el pensamiento de la Santísima Virgen se halla presente en toda ella.

Extraído del Misal Diario y Visperal de Dom Gaspar Lefebvre, O.S.B de la Abadía de San Andrés en Brujas, Bélgica.
159. ¿A qué fin se hace el día de la Purificación la proce­sión con candelas encendidas en la mano? -El día de la Pu­rificación hácese la procesión con candelas encendidas en la mano en memoria del viaje que hizo la Santísima Virgen con el Niño Jesús en los brazos desde Belén al templo de Jerusalén y del júbilo que mostraron los santos Simeón y Ana al encontrarse con El.
160. ¿Cómo hemos de asistir a la procesión que se hace en la fiesta de la Purificación? - En la procesión que se hace en la fiesta de la Purificación hemos de renovar la fe en Jesu­cristo, nuestra verdadera luz, pedirle nos ilumine con su gracia y nos haga dignos de ser admitidos un día en el templo de la gloria por intercesión de su Santísima Madre
Extraído del Catecismo Mayor de San Pio X