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El Latín es una lengua sagrada, porque con el griego y el hebreo se escribió la causa de la muerte de Cristo en la tablilla que se puso en la parte superior de la Santa Cruz, en las tres lenguas: “Jesús Nazareno Rey de los Judíos” (San Juan 14; 19-20). Siendo la Santa Misa por excelencia el Sacrificio de la Cruz, la que es renovación y actuación de dicho Sacrificio que se ha celebrado en hebreo, griego y latín, las que han sido las lenguas sagradas de la Iglesia y de la santa liturgia. Entre los siglos IV y IX, han sido admitidas cuatro lenguas en la liturgia católica: el Copto, el Etíope, el Arameo y el Eslavo.
El Latín es una lengua sagrada, es decir separada, reservada para el culo divino, lo mismo que los lugares sagrados, los ornamentos sagrados, los gestos sagrados.
Es necesario que la asistencia a la Santa Misa nos arranque de nuestro lenguaje y de nuestros pensamientos profanos, nos eleve por encima de nosotros mismos, para ponernos en presencia del misterio de Dios, para introducirnos con santo temor, respeto y adoración en su santuario.
El Latín es una lengua universal. La Santa Misa es el Sacrificio de toda la Iglesia, y no pertenece a tal país o lengua. Así la unidad de la Iglesia y la unidad de la Fe Católica son manifestado y garantizados por el uso de la lengua latina, que nos permite celebrar el culto público con los mismos ritos, la misma fórmula y la misma lengua que usaron nuestros padres.
El Latín es una lengua inmutable. La liturgia es el fruto y la expresión de la Fe Católica. Esta expresión de la Verdad eterna no debe ser sometida ni a variación ni a capricho de los hombres, ni a los cambios perpetuados por el lenguaje vulgar.
“Pero no se comprende nada” (“esta es la objeción que viene del espíritu inmediatamente”). La respuesta es fácil: la comprensión, o preferentemente el conocimiento que se puede tener del misterio de la Santa Misa no es una cuestión de lengua sino de enseñanza. El Concilio de Trento hace una obligación a los sacerdotes y obispos para que instruyan a los fieles en los ritos litúrgicos y castiga con anatema a aquellos que pretendan que la Santa Misa se celebre en lengua vulgar.
La lengua Latina, no impide por lo tanto este conocimiento necesario; al contrario ella recuerda sin cesar con ele espíritu que se debe asistir a un misterio incomprensible que requiere primeramente adoración, sumisión y temor filial y con eso lo dispone así a entrar en ese gran misterio.