Alguien en una ocasión comentó que le parecía irreal el hecho de que se pudiera lograr la santidad en el matrimonio. Ante esta afirmación, una persona que estaba presente le respondió: «Ama y haz lo que quieras».
La clave para alcanzar la santidad en el matrimonio es recordar y actuar conforme la frase de san Agustín: «Ama y haz lo que quieras».
El matrimonio y la familia son bienes dados a la humanidad por Dios. En este sentido el matrimonio no es una institución humana, sino que es una institución divina instituida desde los orígenes, ya que Dios así lo quiso. De tal manera que el amor y la unión entre un hombre y una mujer son bendecidos por Dios, y está unión está llamada a ser fecunda e indisoluble. «De manera que ya no son dos, sino una sola carne» (S. Mt 19, 6).
Es así como el matrimonio cristiano es una vocación divina, es decir, que Dios llama a muchas personas a ese estado de vida para que, por medio de él, se santifiquen.
En este sentido el matrimonio tiene efectos sobre los cónyuges: aumenta la gracia santificante, es decir, que da a los cónyuges la gracia necesaria para poder vivir su matrimonio rectamente, y da la fortaleza para poder sobrellevar las cargas y sufrimientos que en ocasiones trae consigo el matrimonio.
Asimismo, los esposos tienen como medio y camino de santidad y apostolado la educación de sus hijos, ya que son los primeros y principales educadores de los hijos.
De tal manera que santificarse en el matrimonio significa vivir el amor y dar el amor en Cristo en todo momento, trabajo, diversión, sufrimiento, enfermedad, alegría. Para lograr esto es necesario que los esposos pongan los medios que están de su parte para lograr la santificación: no dejarse llevar por el egoísmo, fomentar el amor entre ellos, vivir la fidelidad conyugal, practicar las virtudes sobrenaturales (fe, esperanza, caridad, prudencia, justicia, fortaleza y templanza), ejercitar las virtudes humanas (humildad, optimismo, sinceridad, generosidad, laboriosidad), amar a Dios y a su prójimo, crear un ambiente familiar en torno al amor cristiano, orar, frecuentar los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía, y tomar como modelo a la Sagrada Familia.
El verdadero amor, el amor cristiano es: paciente y bondadoso, no tiene envidia, ni orgullo ni arrogancia. No es grosero ni egoísta; no se irrita ni es rencoroso; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (cfr. I Cor. 13,4-7)
La santidad sí la podemos lograr dentro del matrimonio; el requisito es AMAR.
Por: Nancy Ruiz Escalante
La clave para alcanzar la santidad en el matrimonio es recordar y actuar conforme la frase de san Agustín: «Ama y haz lo que quieras».
El matrimonio y la familia son bienes dados a la humanidad por Dios. En este sentido el matrimonio no es una institución humana, sino que es una institución divina instituida desde los orígenes, ya que Dios así lo quiso. De tal manera que el amor y la unión entre un hombre y una mujer son bendecidos por Dios, y está unión está llamada a ser fecunda e indisoluble. «De manera que ya no son dos, sino una sola carne» (S. Mt 19, 6).
Es así como el matrimonio cristiano es una vocación divina, es decir, que Dios llama a muchas personas a ese estado de vida para que, por medio de él, se santifiquen.
En este sentido el matrimonio tiene efectos sobre los cónyuges: aumenta la gracia santificante, es decir, que da a los cónyuges la gracia necesaria para poder vivir su matrimonio rectamente, y da la fortaleza para poder sobrellevar las cargas y sufrimientos que en ocasiones trae consigo el matrimonio.
Asimismo, los esposos tienen como medio y camino de santidad y apostolado la educación de sus hijos, ya que son los primeros y principales educadores de los hijos.
De tal manera que santificarse en el matrimonio significa vivir el amor y dar el amor en Cristo en todo momento, trabajo, diversión, sufrimiento, enfermedad, alegría. Para lograr esto es necesario que los esposos pongan los medios que están de su parte para lograr la santificación: no dejarse llevar por el egoísmo, fomentar el amor entre ellos, vivir la fidelidad conyugal, practicar las virtudes sobrenaturales (fe, esperanza, caridad, prudencia, justicia, fortaleza y templanza), ejercitar las virtudes humanas (humildad, optimismo, sinceridad, generosidad, laboriosidad), amar a Dios y a su prójimo, crear un ambiente familiar en torno al amor cristiano, orar, frecuentar los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía, y tomar como modelo a la Sagrada Familia.
El verdadero amor, el amor cristiano es: paciente y bondadoso, no tiene envidia, ni orgullo ni arrogancia. No es grosero ni egoísta; no se irrita ni es rencoroso; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (cfr. I Cor. 13,4-7)
La santidad sí la podemos lograr dentro del matrimonio; el requisito es AMAR.
Por: Nancy Ruiz Escalante