Para los recalcitrantes.
¿Hablar de la Confesión en el siglo de las luces, en pleno siglo decimonoveno? Es esto bastante raro. ¿Por quiénes se nos toma? ¿por ultramontanos? ¿por clericales, capuchinos o jesuitas? Poco a poco, amigo; no te enfades ya desde un principio. Escúchame, y cuando hayamos concluido, verás sin duda que no eres tú quien tiene razón, sino yo.
¿En pleno siglo decimonoveno no conviene creer lo que es la verdad, amar lo que es el bien, respetar lo que es digno de respeto? Ahora bien; tal es la confesión, contra la cual tanto se grita y blasfema en todos los libros malos y en todos los lugares perversos. Hablándote en este lugar, te tomo por lo que realmente eres: un cristiano, un hombre de bien, un espíritu recto, un buen corazón. Me dirijo a tu buen sentido. Toma, lee y juzga.
1. QUÉ ES LA CONFESIÓN.
Confesar equivale a descubrir. La Confesión es el descubrimiento que debemos hacer de nuestros pecados a un sacerdote, para obtener el perdón de Dios. Confesarse es ir a encontrar a un sacerdote, a un ministro de Jesucristo y descubrirle con sencillez y arrepentimiento todas las faltas que se ha tenido la desgracia de cometer.
Los que no se confiesan se forman de la confesión las ideas más extravagantes y ridículas. Una señora protestante que frecuentemente tomaba consejos de Monseñor de Cheverus, obispo de Boston, le decía que la Confesión le parecía muy absurda. No tanto como os parece, le dijo sonriendo el buen obispo; sin que lo dudéis, vos sentís su valor y su necesidad; porque hace tiempo que os confesáis conmigo sin saberlo. La Confesión no es otra cosa que el confiarme las penas de conciencia que queréis exponerme para descargarla. Aquella señora no tardó mucho en confesarse formalmente y en hacerse católica.
Por lo demás nada hay más natural que la Confesión. Voltaire, autoridad nada sospechosa, por cierto, así lo confesaba en uno de sus momentos lúcidos: “Quizás no hay, -escribía- institución más útil; la mayor parte de los hombres, cuando han caído en grandes faltas, sienten por natural consecuencia el aguijón del remordimiento; y solo encuentran consuelo sobre la tierra, pudiéndose reconciliar con Dios y consigo mismos”.
Así pues, cuando nos confesamos descargamos nuestra conciencia de los pecados que la deshonran, y vamos a buscar en el Sacramento de la Penitencia la paz del corazón y la gozosa tranquilidad del alma.