Empero cuando el Hijo del hombre viniere, ¿hallará fe en la tierra?” (Lc 18:8)
Pocos dogmas de fe han sido tan atacados por la marea modernista como el que reza “Extra Ecclesiam nulla salus” (fuera de la Iglesia no hay salvación). Evidentemente se trata de una de las verdades de fe que menos agradan al mundo moderno. Como dice Garrigou-Lagrange el mundo moderno pretende separarse de la Iglesia
busca, es cierto, poner freno a las bajas pasiones, luchar contra la avaricia, trabajar por las mejoras de la clase obrera; más pretende hacer esto por sus propias fuerzas, sin la ayuda de Dios, nuestro Señor y de la Iglesia; sólo se inspira en su propio juicio, en su propia razón y voluntad. [1]
Pero no es nuestra voluntad la que tenemos que hacer para ser merecedores de gracia, antes bien es la voluntad de Dios quien quiere que todos los hombres le conozcan y por conocerle y obedecerle, se puedan salvar (I Tim 2, 4). Frecuentemente escuchamos, hoy más que antes que hay salvación fuera de la Iglesia Católica. Esta tesis es mantenida por muchos que se basan en el principio de que Dios es misericordioso y bueno:
Carísimos, amémonos unos a otros porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amo r (I Jn 4, 7-8)
Pero estos que malinterpretan esta hermosa frase del Discípulo Amado, olvidan que Dios es justo y que el premia y castiga a cada cual según sus meritos:
Y dirá a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y para sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui peregrino y no me alojasteis; estuve desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.
Entonces ellos responderán diciendo: Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión, y no te socorrimos? Él les contestará diciendo: en verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio eterno y los justos a la vida eterna.
Pero ¿Implica esto que existe una contradicción entre la bondad de Dios y su justicia? Algunos podrán decir que Dios es tan bueno que ama y perdona a todos, y que su misericordia es tan grande que por ello el infierno, de existir, está vacío. Huelga decir que esta es la herética proposición de Von Balthasar y de otros varios modernistas que en todo contradicen ad litteram la verdad revelada en las Sagradas Escrituras, muy similar a la del otro gran hereje del siglo XX Karl Barth quien declaró que todos estamos predestinados a la salvación.
Los católicos sabemos muy bien que Dios es justo y es bueno, y como es bueno perdona a quienes se arrepienten. Cualquier pecado puede perdonarse, para ello Dios Nuestro Señor instituyó a los ministros con la potestad de perdonarlos o retenerlos, instituyendo así el sacramento de la Penitencia (Jn 20: 22-23). Pero como Dios es justo bien dijeron los reverendos padres asistentes al Concilio de Quierzy (año 853):
Dios omnipotente quiere que todos los hombres sin excepción se salven [1 Tim. 2, 4], aunque no todos se salvan. Ahora bien, que algunos se salven, es don del que salva; pero que algunos se pierdan, es merecimiento de los que se pierden. [2]
busca, es cierto, poner freno a las bajas pasiones, luchar contra la avaricia, trabajar por las mejoras de la clase obrera; más pretende hacer esto por sus propias fuerzas, sin la ayuda de Dios, nuestro Señor y de la Iglesia; sólo se inspira en su propio juicio, en su propia razón y voluntad. [1]
Pero no es nuestra voluntad la que tenemos que hacer para ser merecedores de gracia, antes bien es la voluntad de Dios quien quiere que todos los hombres le conozcan y por conocerle y obedecerle, se puedan salvar (I Tim 2, 4). Frecuentemente escuchamos, hoy más que antes que hay salvación fuera de la Iglesia Católica. Esta tesis es mantenida por muchos que se basan en el principio de que Dios es misericordioso y bueno:
Carísimos, amémonos unos a otros porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amo r (I Jn 4, 7-8)
Pero estos que malinterpretan esta hermosa frase del Discípulo Amado, olvidan que Dios es justo y que el premia y castiga a cada cual según sus meritos:
Y dirá a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y para sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui peregrino y no me alojasteis; estuve desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.
Entonces ellos responderán diciendo: Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión, y no te socorrimos? Él les contestará diciendo: en verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio eterno y los justos a la vida eterna.
Pero ¿Implica esto que existe una contradicción entre la bondad de Dios y su justicia? Algunos podrán decir que Dios es tan bueno que ama y perdona a todos, y que su misericordia es tan grande que por ello el infierno, de existir, está vacío. Huelga decir que esta es la herética proposición de Von Balthasar y de otros varios modernistas que en todo contradicen ad litteram la verdad revelada en las Sagradas Escrituras, muy similar a la del otro gran hereje del siglo XX Karl Barth quien declaró que todos estamos predestinados a la salvación.
Los católicos sabemos muy bien que Dios es justo y es bueno, y como es bueno perdona a quienes se arrepienten. Cualquier pecado puede perdonarse, para ello Dios Nuestro Señor instituyó a los ministros con la potestad de perdonarlos o retenerlos, instituyendo así el sacramento de la Penitencia (Jn 20: 22-23). Pero como Dios es justo bien dijeron los reverendos padres asistentes al Concilio de Quierzy (año 853):
Dios omnipotente quiere que todos los hombres sin excepción se salven [1 Tim. 2, 4], aunque no todos se salvan. Ahora bien, que algunos se salven, es don del que salva; pero que algunos se pierdan, es merecimiento de los que se pierden. [2]
Para la salvación de los hombres, Nuestro Señor Jesucristo instituyó los Sacramentos y como custodia de esta y de toda su doctrina a la Iglesia que el fundó: la Santa Iglesia Católica
Y yo te digo a ti que tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18)
Pero hay quienes creen que es posible salvarse fuera de la Iglesia. Que fuera de la Iglesia que Cristo fundó podemos encontrar la Vida Eterna, podemos agradarle al Padre y recibir la gracia del Espíritu Santo. ¿Esto es así? No, claro que no. Todos los Padres de la Iglesia, todos los Doctores, Teólogos y Pontífices han afirmado siempre y constantemente (salvo en los tiempos modernos, como veremos más adelante) que nadie puede salvarse fuera de la Única Iglesia de Cristo:
Y una sola es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual nadie absolutamente se salva, y en ella el mismo sacerdote es sacrificio, Jesucristo [3]
Pero al mismo tiempo no podemos menos que acordar a todos, grandes y pequeños, como hizo Papa San Gregorio, de la necesidad absoluta de recurrir a esta Iglesia para tener salvación eterna [4].
Esto mismo fue declarado por nuestro Señor cuando indicó que
Él que a vosotros oye, a mí oye; y el que a vosotros desecha, a mí desecha (Lc 10, 16)
Y si no oyere a la iglesia, tenle por pagano y publicano (Mt 18, 17)
Pero, claro, esto es muy duro para el mundo moderno. Sería mucho mejor si cada uno pudiera salvarse en la religión que más le gusta, en aquella que es más flexible, más laxa, en la que le permite hacer lo que quiera sin tener que rendir cuentas a nadie.
Friedrich Hügel sostuvo que la verdad estaba en todas las religiones, Karol Wojtila/Juan Pablo II lo creyó y lo demostró más de una vez cuando habló de ecumenismo; Joseph Ratzinger lo sostuvo en su juventud, lo sostuvo como “Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (Conciliar)” y hoy como Benedicto XVI; otros grandes “maestros” del modernismo siguieron esta doctrina de que fuera de la Iglesia hay salvación: Yves Congar, Henri de Lubac, Hans Urs von Baltasar y otros tantos que podríamos llenar páginas. Todos ellos de la “Iglesia Conciliar”. No discutiremos aquí si estos son o eran verdaderos católicos o herejes y usurpadores disfrazados. Nosotros tenemos antes que nada a tenernos a la Verdad que Cristo nos reveló y es que quien no está con Él está en su contra (Mt 12, 30), y es Cristo quien está en la Iglesia y esta vive en Él
Abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad, llegándonos a aquel que es nuestra cabeza, Cristo, por quien todo el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren según la operación de cada miembro, va obrando mesuradamente su crecimiento en orden a su conformación en la caridad (Ef 4, 15-16)
Y yo te digo a ti que tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18)
Pero hay quienes creen que es posible salvarse fuera de la Iglesia. Que fuera de la Iglesia que Cristo fundó podemos encontrar la Vida Eterna, podemos agradarle al Padre y recibir la gracia del Espíritu Santo. ¿Esto es así? No, claro que no. Todos los Padres de la Iglesia, todos los Doctores, Teólogos y Pontífices han afirmado siempre y constantemente (salvo en los tiempos modernos, como veremos más adelante) que nadie puede salvarse fuera de la Única Iglesia de Cristo:
Y una sola es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual nadie absolutamente se salva, y en ella el mismo sacerdote es sacrificio, Jesucristo [3]
Pero al mismo tiempo no podemos menos que acordar a todos, grandes y pequeños, como hizo Papa San Gregorio, de la necesidad absoluta de recurrir a esta Iglesia para tener salvación eterna [4].
Esto mismo fue declarado por nuestro Señor cuando indicó que
Él que a vosotros oye, a mí oye; y el que a vosotros desecha, a mí desecha (Lc 10, 16)
Y si no oyere a la iglesia, tenle por pagano y publicano (Mt 18, 17)
Pero, claro, esto es muy duro para el mundo moderno. Sería mucho mejor si cada uno pudiera salvarse en la religión que más le gusta, en aquella que es más flexible, más laxa, en la que le permite hacer lo que quiera sin tener que rendir cuentas a nadie.
Friedrich Hügel sostuvo que la verdad estaba en todas las religiones, Karol Wojtila/Juan Pablo II lo creyó y lo demostró más de una vez cuando habló de ecumenismo; Joseph Ratzinger lo sostuvo en su juventud, lo sostuvo como “Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (Conciliar)” y hoy como Benedicto XVI; otros grandes “maestros” del modernismo siguieron esta doctrina de que fuera de la Iglesia hay salvación: Yves Congar, Henri de Lubac, Hans Urs von Baltasar y otros tantos que podríamos llenar páginas. Todos ellos de la “Iglesia Conciliar”. No discutiremos aquí si estos son o eran verdaderos católicos o herejes y usurpadores disfrazados. Nosotros tenemos antes que nada a tenernos a la Verdad que Cristo nos reveló y es que quien no está con Él está en su contra (Mt 12, 30), y es Cristo quien está en la Iglesia y esta vive en Él
Abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad, llegándonos a aquel que es nuestra cabeza, Cristo, por quien todo el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren según la operación de cada miembro, va obrando mesuradamente su crecimiento en orden a su conformación en la caridad (Ef 4, 15-16)
De nuevo, o se está con Cristo (y su Iglesia) o se está en su contra. Quienes creen que es muy dura esta verdad de fe, deberían recordar que no podemos elegir que creer y que no, sino que estamos obligados a creer con fe verdadera y divina todo lo que la Iglesia ha definido como Verdad, así fue creído siempre, tal como lo demuestra el Credo de Atanasio:
Todo el que desee salvarse debe, ante todo, guardar la fe católica; pues, a menos que una persona guarde esta fe entera e inviolada, sin duda alguna se perderá para siempre.
San Agustín nos cuenta de que
[...] un tal Retorio fundó una herejía de inaudita vanidad, porque afirma que todos los herejes caminan rectamente y dicen la verdad. Lo cual es tan absurdo que me resisto a creerlo [5].
La Verdad es Una, y la Verdad es Cristo (Jn 14, 6). Para ser libres debemos someternos a la obediencia de Dios, y para obedecerle debemos estar en su Iglesia, debemos creer lo que la Iglesia cree, enseñar lo que la Iglesia enseña y rechazar lo que ella rechaza. No podemos salvarnos fuera de la Iglesia, porque ella es la Única en la que se dan las cuatro marcas:
1. Es Una, porque uno es su Fundador y Cabeza invisible: Jesucristo, el Hijo de la Santísima Virgen María, la Inmaculada Madre de Dios.
2. Ella es Santa, porque Santo es su Fundador y santos son los miembros que están en el Cielo, contemplando a Dios en la felicidad eterna; Santa además porque ella no contiene mancha ni error, no erró y no puede errar porque “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16, 18)”.
3. Es Católica, porque su mensaje es universal, para todos los tiempos y para todos los hombres que quieran recibirlo.
4. Es Apostólica, porque sobre los Apóstoles está fundada, porque ellos transmitieron el mensaje de Nuestro Señor, la Buena Noticia de la Redención, y porque la misma Iglesia, Una, Santa y Católica fue gobernada por los Apóstoles y hoy lo es por sus sucesores, los obispos, sumos sacerdotes que mantienen la sucesión apostólica válida, quienes tienen el deber de defender la fe y combatir las herejías.
La Iglesia se mantendrá a pesar de las dificultades: no pudieron contra ella ni Nerón, ni Diocleciano, ni Juliano, ni Atila, Solimán o Napoleón, no pudo el III Reich, no pudo la Unión Soviética y tampoco la China Comunista. No podrán contra ella las pervertidas herejías de Arrio, Nestorio, Lutero, ni tampoco de los ecumenistas, de los que “aman al mundo” y al Príncipe de este Mundo. Los modernistas no podrán destruir la Iglesia de Dios. Las persecuciones han fortalecido a la Iglesia, porque la purificaron con la Sangre de los Mártires, que sirvieron y sirven de ejemplo para los fieles.
Todo el que desee salvarse debe, ante todo, guardar la fe católica; pues, a menos que una persona guarde esta fe entera e inviolada, sin duda alguna se perderá para siempre.
San Agustín nos cuenta de que
[...] un tal Retorio fundó una herejía de inaudita vanidad, porque afirma que todos los herejes caminan rectamente y dicen la verdad. Lo cual es tan absurdo que me resisto a creerlo [5].
La Verdad es Una, y la Verdad es Cristo (Jn 14, 6). Para ser libres debemos someternos a la obediencia de Dios, y para obedecerle debemos estar en su Iglesia, debemos creer lo que la Iglesia cree, enseñar lo que la Iglesia enseña y rechazar lo que ella rechaza. No podemos salvarnos fuera de la Iglesia, porque ella es la Única en la que se dan las cuatro marcas:
1. Es Una, porque uno es su Fundador y Cabeza invisible: Jesucristo, el Hijo de la Santísima Virgen María, la Inmaculada Madre de Dios.
2. Ella es Santa, porque Santo es su Fundador y santos son los miembros que están en el Cielo, contemplando a Dios en la felicidad eterna; Santa además porque ella no contiene mancha ni error, no erró y no puede errar porque “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16, 18)”.
3. Es Católica, porque su mensaje es universal, para todos los tiempos y para todos los hombres que quieran recibirlo.
4. Es Apostólica, porque sobre los Apóstoles está fundada, porque ellos transmitieron el mensaje de Nuestro Señor, la Buena Noticia de la Redención, y porque la misma Iglesia, Una, Santa y Católica fue gobernada por los Apóstoles y hoy lo es por sus sucesores, los obispos, sumos sacerdotes que mantienen la sucesión apostólica válida, quienes tienen el deber de defender la fe y combatir las herejías.
La Iglesia se mantendrá a pesar de las dificultades: no pudieron contra ella ni Nerón, ni Diocleciano, ni Juliano, ni Atila, Solimán o Napoleón, no pudo el III Reich, no pudo la Unión Soviética y tampoco la China Comunista. No podrán contra ella las pervertidas herejías de Arrio, Nestorio, Lutero, ni tampoco de los ecumenistas, de los que “aman al mundo” y al Príncipe de este Mundo. Los modernistas no podrán destruir la Iglesia de Dios. Las persecuciones han fortalecido a la Iglesia, porque la purificaron con la Sangre de los Mártires, que sirvieron y sirven de ejemplo para los fieles.
La Iglesia mantendrá siempre la verdad, será la que custodie el Mensaje que Cristo entregó. La verdad no depende de gustos, no depende del tiempo ni de los caprichos de los hombres, sino de Cristo, quien es la Verdad. La Iglesia Jamás se basó en la popularidad para proclamar lo que debía ser creído, sino en el testimonio de Cristo revelado en las Sagradas Escrituras y Transmitido en la Tradición:
En un momento de la historia de la Iglesia, sólo unos años antes de la presente predicación de Gregorio [Nazianzano] (+380 A.D.), tal vez el número de obispos Católicos en posesión de sedes, a diferencia de obispos Arrianos en posesión de sedes, fue nada más que algo entre 1% y 3% del total. Si la doctrina hubiera sido determinado por popularidad, hoy fuéremos todos negadores de Cristo y opositores del Espíritu. [6]
Esta es la Fe Católica. La fe de siempre, la que afirma que solo hay salvación en la Iglesia Católica. Fuera de esta Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica solo hay discusiones, errores y tinieblas porque solo en ella se da el Pentecostés eterno de la influencia del Espíritu Santo.
Laus Deo.
--------------------------------------------------------------
[1] R. Garrigou-Lagrange OP, Las tres edades de la vida interior,1950.
[2] Dz 318.
[3] Inocencio III, IV Concilio de Letrán, año 1215, Dz 430.
[4] San Pío X, Iucunda sane, 1904.
[5] San Agustín, Las Herejías, 72.
[6] Guillermo Jurgens, La Fe de los Padres Antiguos, II, p., 39.
En un momento de la historia de la Iglesia, sólo unos años antes de la presente predicación de Gregorio [Nazianzano] (+380 A.D.), tal vez el número de obispos Católicos en posesión de sedes, a diferencia de obispos Arrianos en posesión de sedes, fue nada más que algo entre 1% y 3% del total. Si la doctrina hubiera sido determinado por popularidad, hoy fuéremos todos negadores de Cristo y opositores del Espíritu. [6]
Esta es la Fe Católica. La fe de siempre, la que afirma que solo hay salvación en la Iglesia Católica. Fuera de esta Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica solo hay discusiones, errores y tinieblas porque solo en ella se da el Pentecostés eterno de la influencia del Espíritu Santo.
Laus Deo.
--------------------------------------------------------------
[1] R. Garrigou-Lagrange OP, Las tres edades de la vida interior,1950.
[2] Dz 318.
[3] Inocencio III, IV Concilio de Letrán, año 1215, Dz 430.
[4] San Pío X, Iucunda sane, 1904.
[5] San Agustín, Las Herejías, 72.
[6] Guillermo Jurgens, La Fe de los Padres Antiguos, II, p., 39.
No hay comentarios:
Publicar un comentario