Padre Frederick William Faber |
"Si los demás nos engañan, somos sus cómplices por la manera en que hablamos de nosotros mismos. Eso es aplicable, especialmente, a las conversaciones religiosas y a las confidencias sobre lo que no es personal. Aquí tenemos que escoger entre guardar más cuidadosamente el secreto de nuestra vida interior, o descorrer más su velo. Guardar un medio, es una línea de conducta falaz, y lo más prudente es no hablar de sí. Es verdad que por más bajo y miserable que sea ese defecto, no hay práctica de perfección cristiana más difícil que el evitarle. Si alguna vez hemos intentado hacerlo durante un tiempo considerable, hemos debido encontrar que hay cosas que parecen fáciles al primer golpe de vista, pero que son casi impracticables. A pesar de eso, si tuviésemos necesidad de hablar de nosotros mismos, deberíamos hacerlo por completo. Porque si decimos a las gentes que nuestro corazón arde en amor de Dios, bueno es que sepan que ese corazón no es insensible al calor de una buena comida. Si damos a conocer nuestras prácticas de piedad, ¿por qué no hemos de hablar de nuestra afición al lujo y a los adornos? Si ajustamos la cuenta del dinero y del tiempo invertidos en visitar y en socorrer a los indigentes, ¿por qué no hemos de hacer mención de nuestra falta de atención y de nuestra dureza para con nuestros criados en lo que concierne a su salud, su bienestar, y las consideraciones debidas a su genio y a sus susceptibilidades? Si hacemos público nuestro lado bueno, preciso es también presentar el reverso; de otro modo no estamos en la verdad práctica, y mostrándonos a las gentes con una grandeza de alma que no es real, somos causa, de que lleguen a ser los cómplices de nuestras ilusiones vanidosas, por sus alabanzas, sus respectos y su educación."
P. Faber