Por: San Alfonso María de Ligorio
« Nuestro tiempo no es tiempo de temor ya que somos testigos de un Dios que ofreció la vida para lograr hacerse amar. La pasión de Jesús fue llamada un exceso, por lo cual nadie que la medite podrá seguirle a medias.
Si quieres crecer en la vida del espíritu, piensa todos los días en los padecimientos del Señor porque pensando en ellos es imposible que no te llenes de amor y fortaleza; amor capaz de relativizar los demás efectos en comparación con el suyo, y fortaleza para sobrellevar con gozo las pruebas y las cargas inevitables de la vida.
¿Quién podrá desesperarse o irritarse por lo injusto de sus sufrimientos viendo a Jesús herido y despedazado? ¿Quién rehusará sujetarse a las exigencias del bien común al recordar a Cristo obediente hasta la muerte? ¿Quién podrá temer si se abraza a la cruz de nuestro Redentor?
Se lamentaba Santa Teresa de que algunos libros le hubieran aconsejado dejar de meditar la pasión, porque la humanidad de Cristo hubiera podido impedirle la contemplación de su divinidad; y consciente del error exclamaba: "Oh Señor y bien mío, Jesús crucificado, me parecía haberte hecho una gran traición, pues ¿de dónde me vinieron todos los bienes sino de vuestra cruz?".
Decía San Pablo que solo ambicionaba saber la ciencia de la cruz, es decir, el amor que ella encierra: "Pues no quise entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado" (1 Co 11,2).
Preguntado San Buenaventura de dónde sacaba tan copiosa y excelente doctrina como ponía en sus obras, dijo mostrando un crucifijo: "Este es el libro que me dicta todo lo que escribo. Aquí he aprendido lo poco que sé".
¿Dudarías de consagrarte por entero al Redentor si verdaderamente conocieras el misterio de la cruz? ¿Cómo habiéndote amado hasta la locura no ha logrado aún gobernarte el corazón? Ten presente que "Cristo murió por todos, para que los que viven no vivan para sí, sino para El que murió y resucitó por ellos" (2 Co 5,15) .»
Oración de Santa Brígida
Padre Nuestro - Ave María
¡O Jesús! la verdadera libertad de los ángeles, y paraíso de delicias! Acuérdate del horror y la tristeza conque fuiste oprimido, cuando Tus enemigos como leones furiosos, Te rodearon con miles de injurias: salivazos, bofetadas, laceraciones, arañazos y otros suplicios inauditos. Te atormentaron a su antojo. En consideración de estos tormentos y a las palabras injuriosas, Te suplico, ¡O mi Salvador, y Redentor! que me libres de todos mis enemigos visibles e invisibles y que, bajo Tu protección, hagas que yo alcance la perfección de la salvación eterna. Amén
“No hay cosa tan eficaz para curar las llagas de nuestra conciencia, purgar y perfeccionar nuestra alma como la frecuencia y continua meditación de las llagas de Cristo, de su pasión y de su Muerte”. En efecto, Ntro. Señor no se contentó con sufrir un poco: quiso agotar el cáliz sin reservase nada, para que aprendiéramos la grandeza de su amor y la bajeza de nuestro pecado. Para que fuéramos más generosos en al entrega, en la mortificación y en el servicio al prójimo"
ResponderEliminar(San Buenaventura)
Oración a las cinco llagas de Nstro Señor Jesucristo.
Adoro, Señor, tu santísima llaga de la mano derecha, y te suplico, por el dolor que entonces sintió tu alma purísima, que mi alma sea penetrada del dolor y sentimiento de haber empleado mis acciones en ofensas contra tu Divina Majestad. Amén.
Padrenuestro… Avemaría… Gloria…
Adoro, Señor, tu santísima llaga de la mano izquierda, y te suplico por el dolor que entonces sintió tu alma purísima, que mi espíritu sea penetrado del más firme propósito y resolución de nunca jamás desviarse del camino que conduce a la gloria. Amén.
Padrenuestro… Avemaría… Gloria…
Adoro, Señor, tu santísima llaga del pie derecho, y te suplico por dolor que entonces sintió tu alma purísima, que mi corazón conciba los deseos más eficaces de mantenerme siempre firme y establece en la observancia de tus divinos mandamientos. Amén.
Padrenuestro… Avemaría… Gloria…
Adoro, Señor, tu santísima llaga del pie izquierdo, y te suplico, por el dolor que entonces sintió tu alma purísima, que todas mis acciones y movimientos sean encaminados a tu amor y servicio. Amén.
Padrenuestro… Avemaría… Gloria…
Adoro, Señor, tu santísima llaga de tu costado, y te suplico, por el dolor que entonces sintió tu alma purísima, que mi corazón sea traspasado con el dolor de las culpas, consagrándose eternamente en obsequio de tu divino amor. Amén.
Padrenuestro… Avemaría… Gloria…
Lo que quiero decir, hermanos, es esto: queda poco tiempo. Mientras tanto, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que se alegran, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran nada; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran. Porque la apariencia de este mundo es pasajera. (I Corintios 7,29-31)
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