El próximo 2 de agosto se cumplirá un nuevo aniversario (el quincuagésimo) de la muerte del Padre Julio Meinvielle, una de las mentes más brillantes del catolicismo argentino. Pese a ello, Meinvielle parece estar destinado a la constante diatriba de los enemigos de la Fe y al injusto olvido, cuando no incomprensión, de los propios, incluso de algunos que le fueron muy próximos. De los primeros no vale la pena ocuparse demasiado: por regla general o no han leído o han leído mal sus escritos y han echado a rodar un cúmulo de imposturas que no merece gastar tiempo en ellas. En cuanto a los segundos, a los propios, su actitud no deja de causar dolor al comprobar la enorme ingratitud manifestada en su silencio. Por eso he querido titular estas líneas "agradecido homenaje" pues de eso se trata: de ser agradecidos y de saldar, siquiera mínimamente, tan grande deuda de gratitud.
Meinvielle fue un cura de pueblo, como se ha dicho, y es cierto. Joven sacerdote lo vemos como párroco en una barriada de Buenos Aires, Versalles, entregado de lleno a una obra de evangelización y de progreso humano de aquellos feligreses que le habían sido confiados. Gastó su fortuna personal en obras que aún perduran. Atendía a los necesitados que acudían a su puerta cuando aún no se habían inventado la "opción preferencial por los pobres" ni la "teología del pueblo".
Aparte de su experiencia parroquial se prodigó en múltiples iniciativas apostólicas (entre ellas los Scouts católicos). Algunas de esas iniciativas le redituaban dinero que, invariablemente, destinaba a socorrer a todo aquel que acudía en busca de ayuda y, muy especialmente, a sostener los estudios europeos de numerosos sacerdotes sin recursos que, gracias a su caridad, pudieron completar su formación académica. La generosidad sin límites fue nota esencial de toda su vida. He podido recoger testimonios directos de quienes más de una vez advirtieron que el Cura dormía sin colchón pues había regalado el suyo a algún pobre.
Pero junto a este Meinvielle pastor de almas, "cura de pueblo", vivía otro Meinvielle: el lúcido intelectual, el teólogo de ortodoxia impecable y de mirada en ocasiones proféticas, el erudito discípulo del Aquinate, el escritor prolífico, el polemista temible y el patriota que, como un buen centinela, guardaba las murallas de la Ciudad asediada.
DOS ASPECTOS
Es imposible en el breve espacio de una nota reseñar siquiera el significado y el alcance de la obra teológica y filosófica de Meinvielle. Me limitaré a mencionar (y brevemente, por cierto) sólo dos aspectos: de un lado, su certera visión del grave fenómeno eclesial del progresismo del que predijo muchas de sus nefastas consecuencias que hoy están a la vista. Por otro lado, su no menos certera visión del proceso revolucionario del comunismo que sumiría a Hispanoamérica -y a la Argentina con ella- en la trágica experiencia de los años sesenta y setenta.
La preocupación por el progresismo aparece tempranamente en la obra de Meinvielle. En 1945 ve la luz su medular ensayo De Lamennais a Maritain en el que advierte la deriva modernista del ilustre filósofo francés quien había formulado por esa época su conocida tesis sobre la Nueva Cristiandad. Maritain fue, a no dudarlo, uno de los grandes filósofos cristianos del siglo XX, un hombre dotado de un singular genio metafísico y un gran renovador de la filosofía escolástica. Sin embargo, en el plano social y político sus posturas no hacían sino reactualizar los graves errores difundidos en el siglo XIX por el sacerdote francés Felicité Robert de Lamennais cuyas ideas precursoras del llamado liberalismo católico (y aún socialismo cristiano) habían merecido las más severas condenas del magisterio pontificio.
La posición crítica de Meinvielle es muy clara desde el inicio. Se trata, en primer término, de una crítica formulada desde la teología, no desde la política o la sociología. Pero es, además, una crítica que apunta directa y exclusivamente a la noción mariteneana de la Nueva Cristiandad en la medida en que ésta representa una norma práctica en el plano de la acción social católica que como tal supone una inadmisible novedad respecto de lo que la Iglesia enseña y ha enseñado siempre. Se trata, sostiene taxativamente Meinvielle, de un proyecto de sociedad humana en la que lo sobrenatural resulta por completo eliminado. En este sentido, el hilo conductor que une a Lamennais con Maritain es, para Meinvielle, una idea radicalmente falsa del progreso. Uno y otro han sucumbido al "mito del progreso" con todas las graves consecuencias que de esto se derivan.
Si se tiene en cuenta el año en fue escrita y publicada esta obra no es difícil advertir que ella resultó en buena medida profética. No pasarían veinte años desde su publicación cuando el progresismo entrevisto por Meinvielle se convertiría, a partir de la experiencia conciliar y post conciliar, en este actual fenómeno arrollador que viene gravando, cada día más, la vida de la Iglesia.
Es de destacar que por aquellos años del Concilio y de los que inmediatamente le sucedieron, Meinvielle prestó una constante atención a este fenómeno. Así lo atestiguan los numerosos escritos de esos años: En torno al progresismo cristiano, Un neo cristianismo sin Dios y sin Cristo, término del progresismo cristiano, Un progresismo vergonzante, los tres aparecidos en 1964 antes de la clausura del Concilio, los posteriores estudios críticos sobre Teilhard de Chardín (1965) y Karl Rahner (editados póstumamente en 2013) y finalmente, la obra que cierra en cierto modo toda esta extensa labor crítica sobre el progresismo: su medular ensayo De la cábala al progresismo, publicado en 1970, obra de madurez en la que Meinvielle desentraña la profunda raíz gnóstica del progresismo llegando, de este modo, a la ultima ratio de este singlar fenómeno.
En lo que respecta al segundo aspecto mencionado, a saber, la visión de Meinvielle del proceso revolucionario desencadenado por el comunismo en los años sesenta y setenta, la actuación de Meinvielle se desarrolló en un doble plano. En efecto, por un lado Meinvielle intervino activamente en las concretas vicisitudes políticas de la Argentina a través, sobre todo, de una asombrosa actividad periodística. Célebres fueron sus denuncias de lo que él llamaba "el aparato comunista" para la toma del poder. Aceptamos que en esto pudo haberse equivocado más de una vez ya que se trataba de cuestiones contingentes cuyo análisis dependía de cambiantes circunstancias sobre las que era posible formular más de un juicio. No obstante los escritos de esta clase fueron un valiosísimo llamado de alerta por desgracia no suficientemente atendida.
Muy otro es el sentido y el alcance de la extraordinaria labor de esclarecimiento filosófico y teológico que el Cura dedicó a desentrañar la verdadera naturaleza del enemigo que se enfrentaba. Fruto de esta labor son sus dos libros El comunismo en la revolución anticristiana (1961) y El poder destructivo de la dialéctica comunista (1962), textos imprescindibles para entender la esencia del comunismo:
En el primero examina el proceso de la Revolución Anticristiana, en sus sucesivas etapas y modalidades, entendida ésta como el conjunto de todos los esfuerzos desarrollados a lo largo del curso histórico tendientes a destruir no sólo la Iglesia sino, fundamentalmente, la Civilización Cristiana levantada bajo su inspiración y guía. Es en el marco de este proceso revolucionario que se ha de inscribir el comunismo si se pretende alcanzar de él una inteligencia completa y verdadera. En este punto, Meinvielle (al igual que Genta por la misma época) da en el blanco: sólo tomando como referencia comparativa la Ciudad Católica -la sociedad elaborada de acuerdo al plan de Dios, el único que satisface plenamente los designios de Dios y las aspiraciones del hombre- es posible entender en su esencia el comunismo y con él la guerra revolucionaria que asoló nuestro país en los años de plomo.
LA DIALECTICA
En la segunda de las obras mencionadas, El poder destructivo de la dialéctica comunista, el punto de análisis no se sitúa en lo histórico sino en lo filosófico. La esencia del comunismo inventado por Marx, sostiene Meinvielle en el prólogo de la primera edición, no se entiende adecuadamente sino no se pone en el corazón mismo del comunismo el problema de la dialéctica; pero no de "una dialéctica pura, operando en el vacío", sino una dialéctica que penetra "en las dimensiones constitutivas del hombre, tal como éste ha salido de la mano de Dios". A partir de este presupuesto, Meinvielle desciende hasta las raíces últimas del proceso de auténtica subversión operado en la intimidad misma del ser del hombre y con él de todo el universo.
Antes de terminar, dos aclaraciones. Su polémica obra El judío en el misterio de la historia, siempre denostada y casi nunca leída, no es un libelo antisemita sino una profunda meditación teológica del papel de Israel en la historia de la salvación. En cuanto a que era un hombre de miras estrechas, lo desmienten varias de sus empresas intelectuales: baste citar solamente, a modo de ejemplo, la revista Diálogo, que dirigió allá por 1954, en la que pueden leerse autores tan diversos como Régis Jolivet, Víctor Frankl, Christopher Hollis, Julio Irazusta, Sciacca, Guardini o Albert Frank-Duquesne, entre otros.
Termino volviendo a la deuda de gratitud con que comencé estas líneas un tanto deshilvanadas. En una larga conversación que tuve con Monseñor Giaquinta cuando residía en el Seminario Metropolitano de Buenos Aires en su calidad de Obispo emérito de Resistencia, hablamos mucho de Meinvielle. Giaquinta lo quería y lo admiraba; había sido su discípulo desde muy joven (más aún, me confesó que había sido como un padre para el). Fue entonces cuando le pregunté si no creía que la Iglesia argentina le debía un justo reconocimiento a la persona y a la obra del Padre Julio. No obtuve respuesta. Todavía la sigo esperando.