Nota del Blog...: Aunque el artículo nos pareció muy acertado y por eso lo compartimos, hemos de aclarar que no es correcto llamar "papa" al impostor y hereje formal y material de Juan Bautista Montini -alias- Paulo VI.
Las democracias nacidas en 1789 no son las de los griegos de antaño.
Entre los griegos, el gobierno de la ciudad se entregaba a la masa de ciudadanos para garantizar el interés general. Como todos los ciudadanos eran iguales, todos podían pretender cuidar del bien común sin que uno u otro fuera superior a ellos. Era el régimen constitucional comúnmente llamado hoy democracia. Un régimen por tanto diferente a los otros dos, ya que todos tenían acceso al poder y no sólo uno o unos pocos, como en el régimen monárquico o aristocrático. En estas democracias ningún ciudadano tenía más poder que otro y nadie era más sumiso a nadie que otro; pero todos debían adherirse a las leyes vigentes y gobernar con justicia.
Este modo de gobierno se basaba, por tanto, en la igualdad de todos los ciudadanos y, en consecuencia, también en la libertad política de cada uno. Un poco quimérico, es verdad, este régimen podría degenerar por falta de virtud de sus ciudadanos y la democracia era de hecho una corrupción de este régimen constitucional. Los pobres aprovecharon esto para enriquecerse impunemente.
Pero hoy ya no estamos allí.
Las democracias nacidas en 1789 no son las de los griegos de antaño.
La Revolución Francesa modificó enormemente este régimen. Si todavía lleva el nombre de democracia es porque el poder no proviene de una sola persona sino de la mayoría. Sólo ha cambiado la libertad política de la que se enorgullecían los griegos, sujeta a leyes más o menos basadas en la naturaleza. Esta libertad se ha convertido en una ausencia de sujeción política entendida como autonomía individual y colectiva que ya no tiene límites. Ni Dios ni el amo pueden ya pretender indicar las reglas para una acción social justa: las leyes mismas las hacen quienes gobiernan. Esta autonomía territorial es, por tanto, prerrogativa del régimen democrático. Hoy quien dice democracia dice libertad y viceversa.
La democracia se ha convertido en el régimen político del liberalismo: ni Dios, ni amo.
Estamos evidentemente lejos de la verdad proclamada por León XIII en 1888: "decimos que el hombre debe necesariamente permanecer enteramente en real e incesante dependencia de Dios, y que, en consecuencia, es absolutamente imposible comprender la libertad del hombre sin sumisión a Dios y sujeción". a su voluntad... Negar esta soberanía de Dios y negarse a someterse a ella no es libertad, es abuso de la libertad y rebelión; y es precisamente de tal disposición del alma que se constituye y nace el vicio capital del liberalismo”.
La Iglesia Conciliar sigue prestando atención al hombre moderno, a este demócrata, a este liberal, que desafía todas las expectativas. Pablo VI declaró en su discurso del 7 de diciembre de 1965, durante la última sesión pública del concilio: “la Iglesia del Concilio no se contentó con reflexionar sobre su propia naturaleza y sobre las relaciones que la unen con Dios; también cuidaba mucho del hombre tal como se presenta en nuestro tiempo... el hombre enteramente ocupado en sí mismo... y una simpatía ilimitada la invadía por completo. »
Y el 8 de diciembre de 1965, Pablo VI concluyó el concilio dirigiéndose en primer lugar a los que están en el poder: “la Iglesia sólo os pide libertad. » Esta propuesta aterradora no sólo descoronó a Nuestro Señor, verdadero Dios y verdadero hombre, sino que entregó al hombre a su propia autonomía.
En este mismo discurso, el Papa también dijo con benevolencia a las mujeres: “La Iglesia está orgullosa de haber magnificado y liberado a la mujer, de haber hecho brillar a través de los siglos su igualdad fundamental con el hombre. » Y finalizó dirigiéndose a los jóvenes de la época: “la Iglesia está preocupada de que esta sociedad que vais a establecer respete la dignidad, la libertad, los derechos de las personas, y estas personas son vuestras. » Así, el Consejo defendió claramente la igualdad y la libertad para todos, hombres y mujeres, individuos y pueblos. Los jóvenes de entonces son los amos hoy; destilan este liberalismo que envenena al mundo.
Lamentablemente hoy vemos que muchas de estas ideas extravagantes se convierten en amos de la propia Iglesia. Entonces, ¿esta igualdad de todos, esta libertad para todos, no podría afectar también a la Iglesia misma? ¿Podría entonces cambiar su régimen y convertirse también en una democracia moderna? El misterio está ante nuestros ojos: vemos estos cambios profundos que afectan a la Iglesia. Las nuevas leyes dan ahora igualdad a todos, hombres o mujeres, justos o injustos, los mismos derechos: esto es “libertad sin trabas” en la propia Iglesia.
Estamos afligidos pero tenemos fe. Creemos en la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Creemos, todavía hoy, y más que nunca, que es Nuestro Señor Jesucristo quien fundó su Iglesia, una sociedad visible, monárquica, jerárquica, que es perpetua y durará hasta el fin de los tiempos.
Excelente
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