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Sto. Tomás de Aquino |
«Él (Mahoma) sedujo a la gente con promesas de placer carnal a las que nos incita la concupiscencia de la carne. Su enseñanza también contenía preceptos que estaban en conformidad con sus promesas, que daban rienda suelta al placer carnal. En todo , como se podría esperar, fue obedecido por hombres carnales y como pruebas de la verdad de su doctrina, presentó solamente las que pudieran ser entendidas por personas de una baja comprensión. Ciertamente las verdades que enseñaba estaban mezcladas con muchas fábulas y con doctrinas falsísimas. [...] No presentó signos producidos de manera sobrenatural, que por sí solos diera un apropiado testimonio de inspiración divina; pues las acciones visibles que solamente pueden ser divinas, revelan un inspirado maestro invisible de la verdad. Al contrario de esto, Mahoma, dijo que fue enviado con el poder de su brazo – que es un signo que no falta incluso en los bandoleros y tiranos. Además, ninguno de los hombres sabios, avezados en las cosas divinas y humanas, al principio le creyó. Los que creyeron en él eran hombres brutales y vagabundos del desierto, totalmente ignorantes de toda enseñanza. Mahoma por medio de ellos, con la violencia de sus brazos, obligó a otros a convertirse en seguidores suyos.
Tampoco hubo oráculos divinos de anteriores profetas que dieran testimonio de él. Al contrario, él pervierte casi todos los testimonios del Antiguo y el Nuevo Testamento haciéndolos pasar por hechura propia, como puede verlo cualquier persona que examine su ley. Por ello, fue una decisión sagaz por su su parte el prohibir a sus seguidores la lectura del Antiguo y del Nuevo Testamento, no fuera que [se dieran cuenta] de que estos libros lo condenaban por fraude. Es, pues, claro, que aquellos que dan fe a sus palabras, le creen neciamente». Santo Tomás de Aquino, Príncipe de los teólogos, Suma contra los gentiles , tomo I, capítulo XVI, art. IV.