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El Bautismo añade a nuestra vida natural una nueva dimensión, la sobrenatural (Rom 6: 1-11). Es por ello que en todo bautizado hay realmente dos vidas: una vida natural y otra sobrenatural. Desde el momento en el que somos bautizados, ambas vidas formarán parte del cristiano; y éste deberá proveer la formación, alimentación y cuidado de ambas.
El Nuevo Testamento nos confirma en multitud de pasajes la existencia de estas dos vidas en el cristiano:
“Por tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva criatura: lo viejo pasó, ya ha llegado lo nuevo” (2 Cor 5:17).
“Porque ni la circuncisión ni la falta de circuncisión importan, sino la nueva criatura” (Gal 6:15).
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Que lleva al mismo tiempo a renunciar, por amor, a vivir nuestra propia vida (natural); es decir nuestros propios planes, para asumir los de Cristo (sobrenatural): “El que ama su vida la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna” (Jn 12:25).
Nueva vida que se recibe en el Bautismo: “Pues fuimos sepultados juntamente con él mediante el Bautismo para unirnos a su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva” (Rom 6:4).
Una vida sobrenatural que hemos de hacer crecer a través de las oraciones, sacrificios, y en especial, a través del mismo Cristo: “El que me come vivirá por mí” (Jn 6:57).
Aunque en el fondo quien nos hace crecer es el mismo Dios si nosotros no ponemos obstáculo: “El Reino de Dios viene a ser como un hombre que echa la semilla sobre la tierra, y, duerma o vele noche y día, la semilla nace y crece, sin que él sepa cómo” (Mc 4: 26-27; Mt 13: 24-30).
Bendito sea Dios que siguen naciendo hijos de Dios por medio de las aguas bautismales.
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