Después la Iglesia de regocijarse con aquellos de sus hijos que han llegado a la gloria del cielo, ora hoy la Iglesia por aquellos otros que esperan, en los sufrimientos purificadores del purgatorio, el día en que podrán reunirse en la asamblea de los santos. Nunca como ahora se afirma en la Liturgia de una manera tan impresionante la unidad misteriosa que existe entre la Iglesia Triunfante, la Iglesia Militante y la Iglesia Purgante; y nunca tampoco se cumple de una manera tan palpable el doble deber de caridad y de justicia, que se deduce para cada uno de los cristianos de su incorporación al cuerpo místico de Cristo. En virtud del dogma tan consolador de la Comunión de los Santos, pueden aplicarse a los unos los méritos y sufrimientos que los otros por la oración de la Iglesia, quien, mediante la Santa Misa, las Indulgencias, las limosnas y los sacrificios de sus hijos, ofrece a Dios los méritos sobreabundantes de Cristo y de sus miembros.
La celebración de la Santa Misa, sacrificio del Calvario renovado en nuestros altares, ha sido siempre para la Iglesia el medio principal de cumplir con respecto a los difuntos la gran ley de la caridad cristiana. Desde el siglo V encontramos ya misas de difuntos. Pero es a San Odilón, cuarto abad de Cluny, a quien se debe la conmemoración general de todos los fieles difuntos. Él la instituyo en el año 998 y la hizo celebrar el día siguiente a la fiesta de Todos los Santos. Muy pronto se extendió la costumbre a toda la Iglesia.
Todos los días, en el corazón mismo del Canon de la Misa, en un memento especial en que se evoca el recuerdo de los que se han dormido en el Señor, suplica a Dios el sacerdote conceda a los difuntos la mansión de la felicidad, de la luz y de la paz. No hay, pues, misa alguna que no ore por ellos la Iglesia. Más hoy su pensamiento lo recuerda de una manera especial, con la preocupación maternal que no deja alma alguna en el Purgatorio sin socorros espirituales y de agruparlos a todos en una misma plegaria. Por un privilegio que el Papa Benedicto XV, antiguamente concedido por Benedicto XIV a España, Portugal y posesiones españolas y portuguesas de la América del Sur, que todos los sacerdotes puedan celebrar cada uno 3 misas en este día, privilegio que fue extendido a la Iglesia Universal, por motivo de la primera guerra mundial. La Iglesia aplica, para liberar a las almas del purgatorio, la ofrenda del Sacrificio de Cristo, del cual se saca continuamente, para todos los suyos, frutos infinitos de redención.
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