La Iglesia, que en el transcurso del año va celebrando una por una las fiestas de sus santos, los reúne hoy a todos en una fiesta común. Además de los que puede llamar con su nombre, evoca en una grandiosa visión a toda una muchedumbre incontable de Santos “de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, de pie ante el trono y ante el Cordero, revestidos de blancas vestiduras y con palmas en la mano”, que aclaman al que con su sangre los ha rescatado.
La fiesta de Todos los Santos ha de colmarnos de una gran esperanza. Entre los santos del cielo hay algunos a quienes hemos conocido. Todos han vivido en la tierra una vida semejante a la nuestra. Bautizados, marcados con el sello de la fe, fieles a las enseñanzas de Cristo, nos han precedido en la patria celestial y nos invitan a reunirnos con ellos. El Evangelio de las bienaventuranzas, al mismo tiempo que proclama su felicidad, nos muestra el camino que han seguido; no hay, ciertamente, ningún otro que nos lleve a donde ellos están.
La “conmemoración de todos los Santos” se comenzó a celebrar en Oriente. En el siglo VIII se la encuentra ya en Occidente en diversas fechas. El martirologio roma elogia al Papa Gregorio IV por haberla extendido a toda la cristiandad; parece, sin embargo, que el Papa Gregorio III le había precedido en esta decisión. Por otra parte, en Roma, se celebraba ya el 13 de mayo la dedicación de la basílica de Santa María la Mayor y de todos los mártires; es decir, del Panteón, templo de Agripa, dedicado a todos los dioses del paganismo, al cual había hecho trasladar el papa Bonifacio IV numerosas osamentas de las catacumbas. El papa Gregorio VII trasladó el aniversario de esta dedicación a l 1 de noviembre.
•ORACIÓN•
Omnipotente y sempiterno Dios, que nos has dado celebrar en una misma solemnidad los méritos de todos tus santos; te rogamos, por la intercesión multiplicada de los mismos, nos concedas la anhelada abundancia de tu perdón. Por Cristo Nuestro Señor.
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