“Y Yo cuando sea elevado de la tierra atraeré a todos hacia Mí”
(Jn. 12, 32)
¿Quién, al pensar en Jesucristo, no asocia inmediatamente a su Persona la cruz? Aquella cruz de la que pendió el Salvador del mundo será siempre la Santa Señal de los cristianos.
La cruz es el lenguaje más sublime empleado por Cristo, Palabra hecha carne. Es el testimonio elocuente del Amor del Hijo al Padre, del amor de Dios a la humanidad, sello que garantiza la divinidad de Jesucristo, Siervo sufriente de Yahvé. Es anuncio clamoroso del triunfo de la Redención, victoria sobre la muerte y puerta abierta para los cielos nuevos y para la tierra nueva.
Cristo y su cruz no pueden separarse; ¿puede acaso rechazarla el cristiano? La debilidad de la cruz es la fuerza que vence al mundo.
A través de los siglos resonarán las palabras del Señor que fue crucificado: “Si alguien quiere venir en pos de Mí, cargue con su cruz y sígame”. Esta invitación hecha a la humanidad forma parte del núcleo de la predicación evangélica. El Evangelio es Evangelio de la Cruz y por ello de la Gracia, Buena Nueva de Salvación.
No hay lugar para cobardías cuando Aquél mismo que cargó con el peso del madero nos invita a seguirle y nos anuncia: “Mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.
La cruz es el lenguaje más sublime empleado por Cristo, Palabra hecha carne. Es el testimonio elocuente del Amor del Hijo al Padre, del amor de Dios a la humanidad, sello que garantiza la divinidad de Jesucristo, Siervo sufriente de Yahvé. Es anuncio clamoroso del triunfo de la Redención, victoria sobre la muerte y puerta abierta para los cielos nuevos y para la tierra nueva.
Cristo y su cruz no pueden separarse; ¿puede acaso rechazarla el cristiano? La debilidad de la cruz es la fuerza que vence al mundo.
A través de los siglos resonarán las palabras del Señor que fue crucificado: “Si alguien quiere venir en pos de Mí, cargue con su cruz y sígame”. Esta invitación hecha a la humanidad forma parte del núcleo de la predicación evangélica. El Evangelio es Evangelio de la Cruz y por ello de la Gracia, Buena Nueva de Salvación.
No hay lugar para cobardías cuando Aquél mismo que cargó con el peso del madero nos invita a seguirle y nos anuncia: “Mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.
EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
ResponderEliminarEn el año 320 la Emperatriz Elena de Constantinopla encontró la Vera Cruz, la cruz en que murió Nuestro Señor Jesucristo, La Emperatriz y su hijo Constantino hicieron construir en el sitio del descubrimiento la Basílica del Santo Sepulcro, en el que guardaron la reliquia.
Años después, el rey Cosroes II de Persia, en el 614 invadió y conquistó Jerusalén y se llevó la Cruz poniéndola bajo los pies de su trono como signo de su desprecio por el cristianismo. Pero en el 628 el emperador Heraclio logró derrotarlo y recuperó la Cruz y la llevó de nuevo a Jerusalén el 14 de septiembre de ese mismo año. Para ello se realizó una ceremonia en la que la Cruz fuellevada en persona por el emperador a través de la ciudad. Desde entonces, ese día quedó señalado en los calendarios litúrgicos como el de la Exaltación de la Vera Cruz.
La inmensa mayoría de las almas que se van quedando en el camino, dejan de llegar a la cumbre por no haber logrado dominar el horror al sufrimiento que experimenta su débil carne. Solamente el que se decide afrontar con energía inquebrantable el sufrimiento y la muerte prematura, si es preciso, logrará alcanzar las supremas alturas de la santidad. Hay que tomar aquella «muy determinada determinación» de la que habla Santa Teresa.
ResponderEliminarLa necesidad de consagrarnos diariamente a Dios:
ResponderEliminarEl cristiano debe valerse de las consagraciones para estar más unido a Dios y aprovechar las gracias que ellas proporcionan. La consagración personal a Dios, a Jesucristo, a la Virgen María, una y otra vez renovada en la vida cristiana de cada día y con las fórmulas oracionales apropiadas, ha contribuído en los últimos siglos notablemente al perfeccionamiento espiritual de muchos cristianos.
“Verdad llana es que cuanto menos el hombre piensa en sí mismo, más piensa en su buena fortuna y en todos los dones de Dios. San Francisco de Asís se había sumergido en la pobreza como se sumergen tierra adentro los hombres que cavan locamente en busca de oro. Y es precisamente la calidad positiva y apasionada de este aspecto de su personalidad lo que constituye un desafío a la mentalidad moderna frente al problema de la prosecución del placer”
ResponderEliminar‘San Francisco de Asís’ G.K. Chesterton