Reflexión

INDISPENSABLE REFLEXIÓN

Sobre el Sedevacantismo se ha dicho lo que se ha querido, muchos han opinado sobre esta posición teológica y canónica católica sin conocer en profundidad sus verdaderos orígenes y desarrollo, sus verdaderos protagonistas --eclesiásticos de la mayor relevancia jerárquica como intelectual--, sus verdaderos y graves fundamentos dogmáticos, su imperiosa razón de defender a los católicos de la grave apostasía y cisma en el que ahora viven y malviven. Paradójica y curiosamente sus máximos enemigos y detractores han sido aquellos que se dicen "defensores de la tradición católica", estos son los falsos tradicionalistas, todos ellos ex miembros de la FSSPX a la cual hoy día calumnian y difaman con un diabólico resentimiento; dirigidos por una élite infiltrada con psudosteólogos que inventaron laberínticas "tesis" rabínicas-dominicas-jesuíticas, y de una gran malicia al servicio del complot judeo-masónico, y secundados por la complicidad y servilismo de una mayoría de incautos que movidos siempre por la ingenuidad de una cómoda negligencia se alimentan de las "teologías" y de los "teólogos" del facebook o de los blog de la internet. Frente a todos estos paracaidístas devenidos en estos últimos meses al "sedevacantismo" los hay de muchos colores, entre ellos contamos a los desilucionados por el coqueteo de Jorge Bergoglio con los Protestantes, Judíos y Musulmanes, como si Ratzinger, Wojtila y Montini no lo hubiesen hecho antes, estos nuevos "sedevacantistas" creen que solo Bergoglio es hereje formal y material y por lo tanto no es papa, pero los muy incautos "ignorantes en la cuestión" aceptan la misa nueva y los sacramentos dados con el nuevo ritual inválido e ilegítimo de Paulo VI. Los Católicos fieles creemos firmemente que el último Papa de la Iglesia Católica Apostólica Romana fue S.S Pío XII y que de allí por defecto y consecuencia de la Grana Apostasía ha cesado la institución del cónclave y cualquier iniciativa al respecto, solo será una delirante intentona.

jueves, 22 de noviembre de 2018

EN LA CONFESIÓN DE LOS PECADOS: el penitente se acusa a sí mismo delante de Dios... The Confession of Sins: The Penitent Accuses Himself Before God




El penitente debe confesar sus pecados acusándose de ellos frente a un sacerdote legítimamente aprobado con la intención de obtener el perdón de la absolución sacramental.
The penitent must confess his sins by accusing himself of them to a legitimately approved priest with the intention of obtaining forgiveness of sacramental absolution.


La confesión de los pecados fue instituida por Jesucristo. El rito ayuda al pecador a humillarse y a revelar sus malas acciones al sacerdote como frente a un juez misericordioso y un médico bueno y paciente. Recibe la satisfacción requerida por la justicia y el remedio apropiado para su condición.
Para que una confesión sea válida, debe ser completa, y el pecador no puede ocultar ningún pecado mortal. Debe acusarse fielmente ante el representante de Dios de todas las ofensas y errores que ha cometido contra Dios, su prójimo o él mismo. El hecho de ocultar deliberadamente un solo pecado mortal lo haría culpable de un grave pecado de sacrilegio.
El penitente obtiene todos los frutos posibles del sacramento de la penitencia si enlista humildemente sus faltas, haciéndolo de rodillas y en voz baja, breve y claramente, con modestia y sin hacer uso de palabras inútiles, sin buscar justificarse a sí mismo y sin exagerar ni aminorar sus faltas.
Esto es especialmente importante para aquellos que han adquirido malos hábitos, y que desean hacer un uso sagrado del sacramento de la penitencia después de haber practicado la religión conciliar durante años. La confesión no es una entrevista, un diálogo o una oportunidad para hablar sobre uno mismo. No es el lugar para expresar las consideraciones espirituales, hablar sobre las gracias recibidas o reflexionar sobre el significado de la propia existencia como si se estuviera con algún amigo cercano. La confesión es el momento donde se confiesan simplemente los pecados cometidos con un corazón contrito. No debe ser un monólogo extenso.
El penitente está ahí para poner su carga a los pies del sacerdote y someterse a su opinión, su consejo espiritual y su juicio como ministro de Dios. Si fuera necesario, puede pedir al sacerdote ayuda para hacer una buena y santa confesión.

This confession of sins was instituted by Jesus Christ. The rite helps the sinner to humble himself and reveal his ill-doings to the priest as to a merciful judge and a good and patient doctor. He receives from him the satisfaction required by justice and the appropriate remedy for his condition.

For a confession to be valid, it has to be complete, and no grave or mortal sins the sinner has on the sinner’s conscience can be hidden. He must loyally accuse himself before God’s representative of all the offenses and wrongs he has committed against God, his neighbor or himself. Willfully hiding a single mortal sin would make him guilty of a grave sin of sacrilege. 
The penitent reaps the greatest fruits of the sacrament of penance if he humbly lists his faults, on his knees and in a low voice, briefly and clearly, modestly and without useless words, without seeking to excuse himself or justify himself, and without exaggerating or lessening his faults. 
This is important for those who have acquired bad habits, and who wish to make a holy use of the sacrament of Penance after practicing the conciliar religion for years. Confession is not an interview, a dialogue, an opportunity to tell one’s life story. It is not the place to voice spiritual considerations, tell of the graces received or reflect upon the meaning one’s existence as with a close friend. It is the moment to confess one’s sins simply and with a contrite heart. It is not supposed to be a long monologue.

The penitent is there to place his burden at the feet of the priest and submit himself to his opinion, his spiritual advice, and his judgment as minister of God. If need be, he can ask the priest to help him make a good and holy confession.

Fuentes: Gasparri / FSSPX.News – 

4 comentarios:

  1. Para obtener el perdón de nuestros pecados, expiar nuestras faltas y reparar hasta cierto grado, también debemos ofrecer satisfacción, es decir, cumplir la penitencia impuesta por el confesor.
    Esta penitencia, en virtud de los méritos infinitos de Jesucristo aplicados al alma penitente, tiene un poder especial para remitir el castigo temporal debido al pecado.
    La satisfacción impuesta por el confesor sirve como remedio para la debilidad del pecador y protección para el futuro, también es útil como una compensación y castigo por los pecados pasados. Muestra el firme propósito del alma verdaderamente contrita que, después de confesar los pecados cometidos, tiene el deseo de enmendar su camino, de no volver a caer y de evitar todas las ocasiones de pecado utilizando los medios adecuados para practicar la virtud.
    Estas son las tres partes o actos del penitente: contrición, confesión, satisfacción, los cuales manifiestan sus disposiciones y permiten que el sacerdote pueda perdonar sus pecados.

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  2. Los católicos de estos “últimos tiempos” a los que se nos hace practicamente imposible recurrir a un sacerdote legítimo y católico para recibir cualquier Sacramento, y que nos vemos privados involuntariamente de la dicha de asistir a un templo parroquial para adorar al verdadero Dios, realmente presente en la Sagrada Eucaristía, se nos hace imperioso -pues la muerte es cierta pero incierta su hora- de estar preparados para el Juicio particular que cada uno deberá rendir para merecer lo que merezcamos … Por eso que es absolutamente imprescindible conocer las Verdades de nuestra Santa Religión, como tan bien está expresado en el artículo publicado.
    Tan solo quisiera agregar el ejemplo de tantos monjes y anacoretas, que retirados a los desiertos, sin asistencia de un sacerdote, al morir -aun sin Sacramentos- sus almas volaron al Cielo, y la Iglesia nos los propone como modelos e intercesores. También nosotros estamos “en el desierto”, somos como ermitaños en medio de las ciudades y no tenemos otra opción para salvar nuestras almas -recibiendo espiritualmente el perdón de nuestros pecados- a traves de la contrición perfecta.
    No vivimos sin Esperanza, no somos amargados ni deprimidos, pues el mismo Dios de aquellos monjes y ermitaños, es el nuestro, y Dios no cambia, y tan dispuesto está a perdonarnos como nos enseña Nuestro Señor en el Evangelio, en la parábola del Padre bueno con el hijo pródigo que se arrepintió y volvió. El cambio lo hace el hombre por el perfecto arrepentimiento, y aún careciendo de los canales ORDINARIOS de la Gracia – en los cuales no se agota la Misericordia de Dios si el cristiano NO PUEDE acudir a ellos sin culpa, tenemos la CERTEZA moral, según nos enseña la Santa Iglesia, que podemos estar tranquilos si hicimos lo que teníamos que hacer de nuestra parte, pues Dios no falla ni en su Justicia ni en su Misericordia.
    En medio de esta Apostasía generalizada Jesucristo en el Evangelio nos recuerda: “Mi paz os dejo, mi paz os doy”…no somos desesperados sino cristianos que creemos y confiamos en las Promesas del Sagrado Corazón de Jesús.
    La Fe ahuyenta la duda y nos impulsa a hacer lo que debemos y podemos hacer, pues Dios no manda cosas imposibles.
    Sim{on Del Temple

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  3. Es Doctrina que Dios no se agota en los canales ordinarios de la Gracia, pues de lo contrario la Omnipotencia de Dios quedaría restringida. Estamos hablando que ante la IMPOSIBILIDAD de obtener los Sacramentos, DEBEMOS acrecentar el amor a Dios, que es el Primero de los Mandamientos, y el mismo Dios que creó los Sacramentos y los Mandamientos, no nos dejará en el pecado si nos arrepentimos de verdad. “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva”, dice la Escritura, y la Voluntad de Dios de salvarnos es eficaz a condición que el pecador haga lo que tiene que hacer para salvarse. Piense en el Bautismo de deseo por ejemplo.
    Las actuales circunstancias de Apostasía generalizada son de carácter extraordinario, aunque previstas por la Sabiduría divina, que no dejará a sus hijos sin los auxilios necesarios para salvarse. “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”, y quien ve al Hijo ve al Padre, y si alguien lo ama de verdad y sin fingimientos, la Trinidad hará morada en esa alma. Nadie va al Padre sin el Hijo, pero si alguien ama a Jesucristo, tiene al Padre y al Espiritu Santo, y esa es una de las Promesas del Verbo Encarnado.
    Las penitencias a las que se entrego Santa María Magdalena, fueron después que “se le perdonó mucho porque mucho amó” dice el Evangelio, como devolución generosa del perdón obtenido. Asi obra la Iglesia cuando enseña la reparación al imponernos la penitencia luego que nos absuelve del pecado y de la culpa, pues siempre puede quedar algo por purgar.
    Sin la Caridad sobrenatural, las penitencias preparan al alma, pero no obtienen por si mismas la Gracia. La Gracia es don gratuito que Dios concede y no se obtiene a fuerza de brazos. Basta recordar lo que dice San Pablo en 1era. Corintios XIII, 1-13.
    Sim{on Del Temple

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  4. “Los verdaderos obstáculos que te separan de Cristo –la soberbia, la sensualidad...–, se superan con oración y penitencia. Y rezar y mortificarse es también ocuparse de los demás y olvidarse de sí mismo. Si vives así, verás cómo la mayor parte de los contratiempos que tienes, desaparecen."

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