Reflexión

INDISPENSABLE REFLEXIÓN

Sobre el Sedevacantismo se ha dicho lo que se ha querido, muchos han opinado sobre esta posición teológica y canónica católica sin conocer en profundidad sus verdaderos orígenes y desarrollo, sus verdaderos protagonistas --eclesiásticos de la mayor relevancia jerárquica como intelectual--, sus verdaderos y graves fundamentos dogmáticos, su imperiosa razón de defender a los católicos de la grave apostasía y cisma en el que ahora viven y malviven. Paradójica y curiosamente sus máximos enemigos y detractores han sido aquellos que se dicen "defensores de la tradición católica", estos son los falsos tradicionalistas, todos ellos ex miembros de la FSSPX a la cual hoy día calumnian y difaman con un diabólico resentimiento; dirigidos por una élite infiltrada con psudosteólogos que inventaron laberínticas "tesis" rabínicas-dominicas-jesuíticas, y de una gran malicia al servicio del complot judeo-masónico, y secundados por la complicidad y servilismo de una mayoría de incautos que movidos siempre por la ingenuidad de una cómoda negligencia se alimentan de las "teologías" y de los "teólogos" del facebook o de los blog de la internet. Frente a todos estos paracaidístas devenidos en estos últimos meses al "sedevacantismo" los hay de muchos colores, entre ellos contamos a los desilucionados por el coqueteo de Jorge Bergoglio con los Protestantes, Judíos y Musulmanes, como si Ratzinger, Wojtila y Montini no lo hubiesen hecho antes, estos nuevos "sedevacantistas" creen que solo Bergoglio es hereje formal y material y por lo tanto no es papa, pero los muy incautos "ignorantes en la cuestión" aceptan la misa nueva y los sacramentos dados con el nuevo ritual inválido e ilegítimo de Paulo VI. Los Católicos fieles creemos firmemente que el último Papa de la Iglesia Católica Apostólica Romana fue S.S Pío XII y que de allí por defecto y consecuencia de la Grana Apostasía ha cesado la institución del cónclave y cualquier iniciativa al respecto, solo será una delirante intentona.

viernes, 18 de noviembre de 2022

EL ESPLENDOR DE LA FE CATÓLICA EN LA SAGRADA EUCARISTÍA... : "Jornadas de fe". No-Do Congrés Eucarístic Barcelona 1952.

Estimados lectores y visitantes de nuestro humilde blog, hemos deseado compartir con ustedes este hermoso y valorable video sobre el XXXV -35- Congreso Eucarístico Internacional realizado en Barcelona España en el año 1952 y bajo el reinado de Su Santidad el Papa Pío XII (Último Papa de la Cristiandad) por los insondables designios de Dios.
Lo compartimos por que nos pareció de gran interes y en particular para las nuevas generaciones que solo tienen una imagen desdibujada de lo que fue la Iglesia de Dios ya que sólo ven o han visto espectáculos decadentes de la secta Modernista, que nada tienen que ver con el esplendor de la liturgia y ceremonias Católicas.
Aquí tristemente podemos apreciar como la "primavera" eclesial proclamada a los cuatro vientos por Angelo Roncalli -alias Juan XXIII, al convocar el Concilio del Vaticano II, fue para la Iglesia un crudo invierno y la liquidación de la Fe Católica en el orbe entero. Sirva entonces en este fin de semana largo, por lo menos en Argentina y cuando da comienzo al circo mediático del Mundial de Fútbol Qatar 2022, en dónde se tendrá a la borregada idiotizada, ver en familia este histórico documental.
¡Viva Dios! ¡Viva Jesucristo en el Santísimo Sacramento del altar! y ¡Viva la Virgen Inmaculada!
P. Mauricio María


RADIOMENSAJE DE SU SANTIDAD PÍO XII
A LOS PARTICIPANTES EN EL XXXV CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL REUNIDOS EN BARCELONA 
*

Domingo 1 de junio de 1952


Sea por siempre bendito y alabado el Santísimo Sacramento del Altar y la Purísima Concepción de María Santísima, concebida sin mancha de pecado original desde el primer instante de su ser natural.
Venerables Hermanos y amados hijos, representantes de todo el orbe católico, que en estos momentos clausuráis en Barcelona las grandiosas jornadas del trigésimo quinto Congreso Eucarístico Internacional.
¿Quién hubiera podido pensar cuando, en la tibia primavera de 1938, dirigíamos Nuestra palabra, en la tan hermosa como desdichada Budapest, al trigésimo cuarto Congreso Eucarístico Internacional, que en el siguiente íbamos a hacer oír Nuestra voz desde esta Sede Apostólica y después de un paréntesis tan largo como doloroso? Cargado estaba el horizonte; y las expresiones que allí se escuchaban eran ya para ponderar lo dichoso que el mundo sería, si quisiera seguir las exhortaciones del Sucesor de Pedro en favor de la paz.
Pero la voz fue desoída; el turbión descargó con estruendo y con estrago; y hoy de nuevo, el grito angustioso, que escapa de todas las gargantas, es el mismo de entonces: ¡la paz!
¡Cuánto se habla hoy de paz y de qué distinta manera! Para algunos, no es más que una formalidad exterior, hecha de palabras, impuesta por una táctica ocasional y constantemente contradicha por sus gestos y sus obras, tan contrarios a todo lo que dicen. Para nosotros no; para nosotros no hay más que una paz verdadera y posible, la de Aquel cuyo nombre es «Princeps pacis» (Is 9, 6) y cuyo Reino no consiste en goces terrenales, sino en el triunfo de la justicia y de la paz : «Non est enim regnum Dei esca et potus, sed iustitia et pax» (Rom 14, 17); una paz que se deduce como un imperativo ineludible de la fraternidad y del amor, que brota de lo más profundo de nuestro ser cristiano y que es el supuesto indispensable para otros bienes mayores y de un orden superior.
Os hablamos desde lejos, pero Nos parece que os vemos y que Nuestro espíritu se regocija al contemplar vuestra Asamblea; porque en torno a la Eucaristía todo habla de paz: el ágape fraterno, el ósculo previo y hasta el mismo símbolo de muchos granos de trigo. La paz es unidad; pues, ¿dónde ir a buscarla sino en este sacramento « totius ecclesiasticae unitatis»?[1]. Es fruto de la caridad; pues entonces, ¿dónde encontrarla, sino en este «sacramentum caritatis, quasi figurativum et effectivum»?[2]. Y si, como bien sabemos, los enemigos de la paz son la soberbia, la codicia y, en general, las pasiones desordenadas, ¿qué mejor remedio podremos anhelar que esta medicina celestial, con la cual crecen la gracia y las virtudes, somos preservados del pecado, se complementa nuestra vida espiritual[3] y, aumentando en el alma la caridad, son enfrenadas las pasiones?[4]
España ha tenido el alto honor, justo reconocimiento a su catolicismo íntegro, recio, profundo y apostólico, de dar hospitalidad a esta magna Asamblea, que añadirá a sus fastos religiosos una página, que ha de contarse entre las más brillantes de su fecunda historia; y en nombre de la vieja Madre España le ha tocado hacer los honores a la espléndida y próspera Barcelona, de la que no querríamos en estos momentos recordar ni la belleza de su situación, ni su clásica hospitalidad, ni su espíritu abierto siempre a todas las iniciativas grandes, sino más bien su tradición eucarística cifrada en tres nombres: el «Santo de la Eucaristía», que fue S. Ramón Nonato; un apóstol de la comunión cotidiana ya en el siglo XIII, que es Santa María de Cervelló; y un alma que subió a todas las alturas de la mística, nutriéndose algunas veces tan solo de Eucaristía, S. José Oriol.
España y Barcelona, o, mejor dicho, el trigésimo quinto Congreso Eucarístico Internacional, pasará al Libro de Oro de los grandes acontecimientos eucarísticos por su perfecta preparación y organización, por la amplitud y acierto de sus temas de estudio, por la brillantez y riqueza de las Exposiciones y certámenes que lo han adornado, por la imponente concurrencia presente, por el sentido católico que lo ha inspirado, especialmente recordando los hermanos perseguidos, y por el contenido social que se le ha querido dar, tan en consonancia con Nuestros deseos. Pero Nos deseamos mucho más: Nos queremos proponerlo como ejemplo al mundo entero, para que al veros —tantas naciones, tantas estirpes, tantos ritos — «cor unum et anima una» (Act 4,32) pueda comprender dónde está la fuente de la verdadera paz individual, familiar, social e internacional; Nos esperarnos que vosotros mismos, inflamados en este espíritu, salgáis de ahí como antorchas encendidas, que propaguen por todo el universo tan santo fuego; Nos confiamos que tantas oraciones, tantos sacrificios y tantos deseos no serán inútiles; Nos, reuniendo todas vuestras voces, todos los latidos de vuestros corazones, todas las ansias de vuestras almas, queremos concentrarlo todo en un grito de paz, que pueda ser oído por el mundo entero.
«¡Oh Jesús amorosísimo, escondido bajo los tenues velos sacramentales; cordero divino, perpetuamente inmolado por la paz del mundo! Oye finalmente las ardientes plegarias de tu Iglesia que, por boca de tu indigno Vicario, te pide para el mundo el fuego de la caridad, para que en ella se enciendan la unión y la concordia y, al calor de éstas, florezca en nuestra tierra árida y desolada el blanco lirio de la paz.
»¡Que la unción de tu gracia —bálsamo escondido, fármaco suavísimo— sane en las almas las desgarraduras producidas por el odio, para que todos se sientan hermanos, hijos de un mismo Padre, que se nutren en una misma mesa con manjar celestial!
»¡Que tus palabras de paz, que el amor que siempre rebosa de tu corazón inspiren a los regidores de las naciones, a fin de que sepan conducir los pueblos que tu les has confiado por los caminos de la auténtica fraternidad, base indispensable de toda felicidad y todo progreso!».
Hágalo así esa «Moreneta» de Monserrat, patrona del Congreso y madre de Cataluña, a la que desde aquí Nos parece ver en su nido de águilas, volviendo sus ojos maternales hacia vosotros y bendiciéndoos con todo amor; háganlo S. Pascual Bailón y todos vuestros Santos y Ángeles protectores; mientras que Nos, rebosando de gozo por haber podido ver en tan calamitosos tiempos un espectáculo tan hermoso como el que habéis ofrecido, os bendecimos a todos: a Nuestro dignísimo Legado; a Nuestros hermanos en el Episcopado con su clero y pueblo ; a todas las autoridades presentes, a cuantos han colaborado generosa-mente en la preparación y organización del Congreso, a cuantos en este acto final de tan solemne Asamblea, y fuera de él, oyen Nuestra voz; a la Ciudad Condal, a España y al mundo entero, cuyas ansias pacíficas hallan siempre completa correspondencia. en Nuestro corazón de Padre.

* AAS 44 (1952) 478-480.

[1] S. Th. 3 p. q. 83, art. 3, ad 6.

[2] Ib. q. 78, art. 3, ad 6.

[3] Ib. q. 79 et passim.

[4] Cfr. León XIII, Encicl. Mirae caritatis, die 28 Maii 1902, Acta Leonis XIII, vol. 22, 1903, p. 124.

jueves, 10 de noviembre de 2022

EL EXORCISMO MÁS FAMOSO DE SAN JUAN DE LA CRUZ




Cuando el Santo vivió en Ávila, ganó notoriedad como gran exorcista debido a su poder sobre los demonios. El caso más sonado, fue el de Sor María de Olivares Guillamas, agustina del Convento de Nuestra Señora de Gracia. Oriunda de Ávila, hizo sus votos en este convento en 1563. Llamó la atención por una serie de hechos extraños que no pudieron ser explicados. Sin nunca haber tenido estudios, sabía y era muy buena explicando las Escrituras. Se dijo que "habla todos los idiomas y conoce todas las ciencias". Vinieron muchos eruditos a conocerle y hablarle.
Algunos historiadores incluso hicieron una lista de hombres famosos que estudiaron el caso de ésta monja: Mancio de Corpus Christi, dominico, Bartolomé de Medina, también dominico, Juan de Guevara, agustino (sus conferencias en la Universidad de Salamanca fueron tan elevadas que fueron consideradas "Milagrosas"), fray Luis de León, maestro de muchas ciencias, estudioso de la Biblia, agustino. No sabemos si estuvieron involucradas otras personalidades de Ávila: Don Francisco de Salcedo, Julián de Ávila, o alguno de los distinguidos dominicos o jesuitas. En resumen, los teólogos eruditos que visitaban Ávila "consideraban el espíritu de esta monja bueno y su conocimiento milagroso".
Sin embargo, no todo estaba claro. El provincial agustino y probablemente el padre general vinieron a Ávila. La conversación con la monja no los tranquilizó en absoluto. Trataron el asunto con cautela. Se enteraron de la santidad, espíritu y conocimiento de Fray Juan de la Cruz. Por eso hicieron todo lo posible para que viera a la monja. Ellos insistieron, pero Juan se negó, probablemente porque no tenía experiencia en este campo y porque era joven. Tenía por entonces 32 años.
El superior agustino le dio permiso para entrar y salir del monasterio cuantas veces fuese necesario y así pudiera investigar el caso excepcional sin obstáculos. Acordaron una fecha para la primera reunión de inmediato. A la hora señalada entró en la iglesia fray Juan detrás de la reja del coro se encontraba la monja. Ella siempre sorprendía a todos con un lenguaje agudo, dichos buenos e ingeniosos. “Sin embargo, cuando vio al fraile pequeño y poco llamativo, no pudo decir nada. Atónita, comenzó a temblar y a sudar como una culpable en la corte. No intercambiaron ni una sola palabra".
Fray Juan salió y en secreto le dijo al padre general que la monja había sido poseída por un espíritu maligno y que los exorcismos tendrían que repetirse muchas veces. El superior estuvo de acuerdo. A partir de ese momento, fray Juan podría hacer lo que creyera conveniente en este asunto. Así que al final accedió a ayudar. Años más tarde, dijo que antes de iniciar el exorcismo, "informó a los inquisidores del distrito que se le había permitido hacer lo que fuera necesario" (Biblioteca Mística Carmelitana 14, 190).
Empezaron a suceder cosas increíbles. Fray Juan, sin darse cuenta del riesgo que había corrido, comenzó a prepararse espiritualmente: oró, ayunó, hizo penitencia y realizó diversas austeridades. Dedicó días y semanas enteros al trabajo: exorcismos, reuniones, catequesis. Quería liberar a la pobre poseída no solo del demonio, sino también de la confusión mental de la que había sido víctima.
Satanás se negó a dejar el cuerpo, alegando que la monja era de su propiedad. Ella se entregó a él voluntariamente, firmando el pacto con su propio nombre y sellándolo con sangre. Fray Juan no se rindió y un día, durante la misa, se le apareció este documento. Lo quemó de inmediato.
El último ataque fue excepcionalmente fuerte. Los exorcismos se convirtieron en un espectáculo impactante. Después de largos desacuerdos y discusiones, los espíritus malignos “se fueron gritando que desde la época de Basilio nadie se les había opuesto con tanta fuerza. La monja se desmayó, pero luego volvió a ser ella misma. Estaba sentada en el suelo descansando después del exorcismo.
Fray Juan preparó un memorando en el que presentó su opinión sobre el asunto. La Santa Inquisición de Valladolid envió materiales procesales al tribunal principal de Madrid. El 23 de octubre de 1574 llegó una carta de Madrid: “Inmediatamente después de recibirla, el padre Juan de la Cruz, carmelita descalzo, debe comparecer ante el Tribunal de la Santa Inquisición. Será interrogado sobre el memorial enviado a esta Inquisición ".
Fray Juan fue a Valladolid. En los primeros días de noviembre también fue llevada allí María de Olivares, y fue recluida en un convento.
Fray Juan, gran exorcista con el poder de luchar contra los espíritus malignos, se hizo conocido. En una carta a la priora de Medina del Campo, Inés de Jesús, en el otoño de 1574, la Madre Teresa de Jesús escribió: “Hija mía, lamento mucho la enfermedad de la Hermana Isabel de San Jerónimo. Les envío al Padre Juan de la Cruz para que la sane. Dios le dio la gracia de expulsar demonios de los cuerpos. En Ávila, acaba de liberar a cierta persona de tres legiones de demonios. En nombre de Dios, exigió que le dijeran quiénes eran. Le obedecieron de inmediato.
Fray Juan fue a Medina del Campo y se encontró con una monja que se creía que estaba poseída. Se dio cuenta de que había habido un error. Isabel de San Jerónimo estaba simplemente mentalmente enferma. Murió el 23 de noviembre de 1582.
El caso de María de Olivares fue el más difícil y sin duda el más famoso, pero no el único en el que ayudó Juan de la Cruz.
P. Jose Vicente Rodriguez OCD

martes, 1 de noviembre de 2022

¿PARA QUÉ LEER LA VIDA DE LOS SANTOS ... ?



Los Santos son los verdaderos discípulos de Nuestro Señor Jesucristo. La vida de los Santos es el Evangelio puesto en práctica y por esto son los modelos que tenemos que conocer e imitar para salvarnos. Sin embargo, los que hoy llamamos santos eran hombres como nosotros, que tenían problemas y dificultades en sus familias, con sus hijos y sus vecinos. También ellos tenían tentaciones, pecados e incluso algunos de ellos fueron grandes pecadores como San Agustín.
¿Cómo de pecadores alcanzaron la santidad? ¿Cómo vencieron la ira, la pereza, la envidia, los malos deseos y todas las tentaciones? En una palabra, ya fueran jóvenes o viejos, religiosos o seglares, padres o madres de familia, muchachos o muchachas, ¿qué medios emplearon para protegerse del mal, fortalecerse, santificarse, progresar, vencer y triunfar? Al leer su vida sabremos estas cosas. Mejor aún, la lectura de su vida, junto con la lectura del Catecismo y del Santo Evangelio nos fortalecerá, iluminará, instruirá y nos ayudará a ser verdaderos católicos, con la paz en el alma y la sonrisa en el rostro, a pesar de las dificultades de la vida.
Leer en familia
Los católicos de los siglos pasados, que conocían el valor y la importancia de estas buenas lecturas, hacían a veces sacrificios enormes para poder adquirir la vida de los mártires y de los santos; y constituían así un patrimonio intelectual católico para sus hijos. Pues no hay que olvidarlo nunca, los santos son los héroes y campeones del cristianismo; los mejores hijos de la Iglesia y los vencedores del mundo, de la carne y del demonio. A ellos es a quienes tenemos que conocer, imitar y seguir, y no a los protagonistas corruptos de la televisión y del cine.
Las familias católicas se reunían , después de la cena, rezaban juntos y leían cada día algunas páginas de las vidas de los santos, del Catecismo o del Evangelio. Esta lectura cotidiana alimentaba las inteligencias, fortificaba la voluntad; inflamaba su celo; los ponía en guardia contra las trampas y mentiras del demonio y de sus secuaces; unía a los miembros de la misma familia; formaba jóvenes virtuosos, obedientes, fuertes contra el mal y orgullosos de ser católicos, hijos de Dios y herederos del cielo, a tal punto que decían “antes morir que pecar” (S. Domingo Savio).
Frutos de la buena lectura
Esta lectura ha hecho Santos y familias felices. ¡Dichosos los padres que les dan a sus hijos la costumbre de leer la vida de los campeones de la Fe: tendrán hijos o nietos santos! Así, Santa Teresa de Jesús, cuando era niña, al leer la vida de los Santos con su hermano, se entusiasmó por la felicidad del cielo y finalmente llegó a él gloriosamente (1). ¡Dichosos los padres que defienden a sus hijos y nietos cerrando la puerta de su casa a los malvados, corruptos y corruptores de la caja de todos los vicios, impura y mentirosa! ¡Dichosos los padres que eligen buenos compañeros y modelos para sus hijos, pues los niños tienden a imitar todo!
«Dime con quién andas y te diré quién eres». Si les dan a leer a sus hijos la vida de los Santos, se sentirán movidos por estos héroes y, consciente o inconscientemente, tratarán de imitar sus virtudes de fortaleza, trabajo, obediencia y respeto de sí y de los demás. Muchos pecadores se convirtieron y se hicieron a su vez Santos al querer imitar los buenos ejemplos de los santos cuya vida leían; y otros hombres están, por desgracia, en el infierno por haber leído o visto cosas malas.
Algunos conocemos el caso del soldado español Ignacio de Loyola. Herido, clavado en su lecho de sufrimiento, Ignacio leyó la vida de Nuestro Señor Jesucristo y de los Santos. Esta lectura repetida lo convirtió, le hizo descubrir la verdadera sabiduría e hizo de él mediante los Ejercicios Espirituales y la Compañía de Jesús, el mayor defensor de la Fe católica frente a la herejía protestante naciente.
La lectura es una escuela de santificación
¿Quieren ustedes vencer el pecado, saber santificar el sufrimiento, vivir cristianamente, salvar su alma, ser católicos militantes que ayudan a sus hermanos a vencer y a salvarse? Lean y hagan que otros lean la vida de los Santos y de los Mártires. Lean la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis, la Introducción a la Vida Devota de San Francisco de Sales, la Vida de San Juan Bosco, la de Santo Domingo Savio, San Pío X, Santa Mónica, Las Glorias de María de San Alfonso María de Logorio, etcétera.
Hoy en día, triunfan el mal y las sectas porque atacan a católicos ignorantes, cadáveres ambulantes, a gente que paga por dejarse envenenar a sí mismo y a sus familias, en lugar de formarse leyendo buenos libros.
Los santos nos hablan de la lectura
Miren lo que hacían los Santos: a unas religiosas que le pedían cilicios, San Alfonso de Ligorio les respondió enviándoles un buen lote de libros que les ayudarían a santificarse mejor (2). El mismo San Alfonso escribía: “No tengo la posibilidad, pero si pudiera quisiera imprimir tantos ejemplares de este pequeño libro (“El gran medio de la Oración”) como hay fieles vivos en el mundo, y distribuírselo a todos para que comprendieran la gran necesidad de la oración para salvarnos” (3).
El Santo Cura de Ars leía cada día la vida del santo del día y decía: “Leamos sobre todo la vida de algún santo, donde veremos lo que ellos hacían para santificarse; esto nos alentará” (4).
San Antonio María Claret decía: “Al considerar el bien tan grande que trajo a mi alma la lectura de libros buenos y piadosos, es la razón por la que procuro dar con tanta profusión libros por el estilo, esperando que darán en mis prójimos a quienes amo tanto los mismos felices resultados que dieron en mi alma ” (5). Y el mismo santo añadía: “El bien que se puede recabar de la lectura de un buen libro no se puede calcular, y siendo ésta la mejor limosna que puede hacerse, ciertamente recibirá de Dios un premio centuplicado en la vida eterna”(6). Delante de la inercia y flojera de unos católicos San Claret se quejaba: “¿Hasta cuando serán más prudentes y diligentes los hijos de las tinieblas que los de la luz? (Lucas 16, . Si los impíos lo hacen para pervertir ¿por qué no haremos nosotros otro tanto para conservar y aumentar la piedad de los fieles?” (7). Para mantener al pueblo en la fe católica y rechazar el veneno de los herejes, San Claret escribía a un amigo suyo: “Doy continuas gracias a Dios y a ustedes por el celo que veo les anima para hacer circular los escritos buenos, y que no sean más prudentes y solícitos los hijos de las tinieblas en hacer circular sus pestíferos errores escritos que los hijos de la luz en hacer correr los escritos saludables”(carta no 19). ¿Qué hacer para afrontar las sectas: “Conviene que salgan libros buenos, muchos y a bajo precio, y que se extiendan por toda España”, decía el mismo Santo (carta no 23). ¿Por qué no decir la misma cosa para nuestra nación?
La buena lectura nos ayuda a ser buenos
La lectura de los libros buenos produce un cambio de costumbres, amor a la paz, unión en la familia, cumplimiento de los deberes de estado; respeto y caridad hacia el prójimo, hace amar la virtud, rechaza el vicio, impulsa hacia lo bueno, lo verdadero, lo eterno, la santidad que es fuente de la felicidad y de todos los bienes.
Por consiguiente, el que quiere ser verdadero católico lea vidas de los Santos y medite sus ejemplos, ya que son estrellas brillantes y ardientes que encienden el corazón. No hay mejor lectura para llegar a la virtud como la lectura de la vida de los Santos. La lectura de la vida de los Santos es un arsenal en el que hallamos todas las armas para vencer a los enemigos de la salvación y domar nuestras pasiones; la vida de los Santos es una farmacia espiritual en la que hallamos todos los remedios para curar todas las enfermedades del alma. En la vida de los Santos hallamos fuerza, paciencia, caridad, justicia, buenos ejemplos y verdadera vida de familia católica. Así pues, el que quiere salvarse y salvar a su familia, lea y haga leer las vidas de los santos ofreciéndolas a sus hijos, nietos, ahijados, amigos como regalo de cumpleaños, o fiesta de su santo patrono. Pues sólo hay un camino para ir al cielo, es el que tomaron los Santos.
Sigámoslos pues y ayudemos a los demás a tomarlo. Sigamos a nuestros héroes, hagamos lo que ellos hacían y, como ellos, triunfaremos con la gracia de Dios.
(1) Santa Teresa de Jesús, Autobiografía, cap 1, no. 5
(2) San Alfonso de Ligorio, Obras Selectas, Madrid, BAC, 1954 tomo II, pág. 5
(3) El Gran Medio de la Oración, Prefacio
(4) San Juan María Vianney Sermones Escogidos, tomo I, pág. 50
(5) San Antonio María Claret, Escritos Autobiográficos, Madrid, BAC 1981 no. 42
(6) San Antonio María Claret, Escritos Espirituales, BAC, pág. 427-428
(7) San Antonio María Claret, Cartas Selectas, Madrid, BAC, pág. 24, carta no. 9

Visto en: Catolicidad.com