Cuando San Pablo llegó a Atenas, estoicos y epicúreos discutían y conferenciaban sobre qué clase de divinidad enseñaba aquel hombre. La religiosidad de los griegos era muy grande, a tal punto que, entre los muchos dioses que adoraban, por temor que algún dios quedase sin la honra debida, habían erigido un altar al dios desconocido6:
"Puesto en pie Pablo en medio del Areópago, dijo: Atenienses: veo que sois muy religiosos, porque al pasar y ver los objetos de vuestro culto he encontrado un altar donde está escrito AL DIOS DESCONOCIDO. Pues ése que sin conocerle veneráis es el que yo os anuncio".
Aquel día se convirtieron varios en Atenas a la Fe de ese Dios desconocido, entre los cuales estaban Dionisio el Areopagita y una mujer de nombre Damaris 7. Bien podemos decir que allí germinó la Cristiandad que después cubriría todo el orbe greco-romana
El altar de los griegos y el singular anuncio de San Pablo suponen algo más que una anécdota histórica o un método de predicación; encierran un misterio profundísimo: el misterio de la esencia velada de la divinidad.
Los griegos adoraban al dios desconocido en un altar sobre el cual San Pablo les anuncia precisamente al Dios desconocido.
¿Es posible adorar a un Dios desconocido? ¿Cómo adorarle si no le conocemos? ¿Es posible conocer a Dios?
b) EL DIOS INVISIBLE E INEFABLE
Cierta vez, un pagano muy instruido que exaltaba el culto a los dioses demandó vivamente a San Teófilo de Antioquía para que le hiciese ver al Dios de los cristianos. Teófilo respondió8:
"¿Acaso se puede describir a Dios a aquellos que no pueden verle? Porque la forma de Dios es inefable e indecible, porque es invisible para los ojos de la carne. Por su gloria es Incomprensible, por su grandeza es Inalcanzable, por su sublimidad es Impensable, por su Poder es Incomparable, por su sabiduría es Inigualable, por su bondad es Inimitable, por su caridad es Inenarrable. Porque si le digo Luz, nombro alguna cosa que es producida; si le digo Verbo, nombro su principio; si le digo Razón, nombro su inteligencia; si le digo Espíritu, nombro su respiración; si le digo Sabiduría, es de su progenitura que hablo; si le digo Potencia, nombro el poder que tiene; si le digo Fuerza, designo su energía; si le digo Providencia, designo su bondad; si le llamo Reino, designo su gloria; si le llamo Señor, le digo juez; si le llamo Juez, le digo justo; si le llamo Padre, le digo todo... Porque todo ha sido creado de la nada para que la majestad de Dios pueda ser conocida y comprendida por la inteligencia a través de sus obras."
He aquí, pues, una de las cuestiones más altas que ocuparon la consideración de los antiguos Padres y Doctores de la Iglesia: el misterio de lo inefable de la esencia divina que, en sí misma, constituye algo inaccesible para el conocimiento humano.
"Deum nemo vidit unquam", dice San Juan: Nadie vio jamás a Dios 9. "Rex regum —dice San Pablo— et Dominus dominantium, qui solus habet immortalitatem et lucem inhabitat inaccessibilem, quem nullus hominum vidit, sed nec videre potest, cui honor et imperium sempiternum": Rey de reyes y Señor de señores, que solo tiene la inmortalidad e inhabita la luz inaccesible, que ningún hombre vio, pero ni puede ver, al cual honor e imperio sempiterno 10.
San Juan Damasceno resume así la doctrina de los Padres sobre este asunto 11:
"Ni los hombres —dice— ni las virtudes celestes, querubines ni serafines, pueden conocer a Dios de otro modo que por su revelación. Por su naturaleza, él está por encima del ser, y entonces por encima del conocimiento. No se puede designar su esencia sino apofáticamente, por negaciones. Lo que decimos de Dios afirmativamente no muestra su naturaleza sino sus atributos."
Vemos, entonces, que sólo podría existir conocimiento de Dios si existiera REVELACIÓN de Dios. ¿Pero hay revelación de Dios? Y si la hay ¿dónde se encuentra?
Santo Tomás de Aquino, en su propósito de demostrar la existencia de Dios, reconoce que el hombre por sus propias fuerzas no puede alcanzar el conocimiento del Creador sino mediante las creaturas 12. Por eso elabora sus famosas "cinco vías" a partir del orden creado, es decir, de lo que el hombre puede ver y tocar, y reconoce, citando a San Ambrosio, que "es imposible conocer el secreto de la generación: la mente flaquea, calle la voz 13."
Sucede que la esencia divina siempre permanece inaccesible para la inteligencia humana por más que ésta se esfuerce. Parece que Dios ni siquiera participara del ser, sino que fuera aquello que es participado por el ser 14, que está fuera del alcance de todas nuestras facultades 15.
¿Como la naturaleza humana creada —pregunta San Juan Crisóstomo— podría ver lo que es increado 16?
Platón confiesa en un impresionante pasaje que "es laborioso hallar al hacedor y padre de todo el universo, e imposible que el que lo encuentre pueda darlo a conocer a todos17."
Y no hablemos de los textos del Antiguo Testamento que a cada paso remarcan lo inaccesible e inalcanzable que está Yavé, en una columna de nube, en una columna de fuego. "No seas precipitado en tus palabras, y que tu corazón no se apresure a proferir palabra delante de Dios, que en los cielos está Dios y tú sobre la tierra; sean, pues, pocas tus palabras 18."
c) NECESIDAD DE LA TEOFANÍA
Vemos que todas las consideraciones que realizamos son como líneas que convergen desde distintos puntos hacia el misterio del Dios desconocido, invisible e inefable, incomprensible e inaccesible para griegos y judíos, y para todos los pueblos del orbe, para todos los hombres, que necesitan de la manifestación divina para conocer a Dios.
Ahora bien; si existe manifestación divina, necesariamente habrá de encontrarse en el orden cosmológico, es decir, en el universo de todo cuanto existe, incluido el hombre. Este es un principio que subyace en toda la Tradición Apostólica como heredado de la más primigenia sabiduría que advierte el origen del cosmos en la divinidad. El problema reside en descubrir el arcano de la cosmogonía, la clave, el punto central del universo que manifieste de un modo pleno y perfecto a Dios.
Si el universo es obra de la divinidad (opus Dei), en él debe encontrarse la plena y perfecta manifestación de Dios; porque si Dios es pleno y perfecto, habrá de ser plena y perfecta su manifestación. Pero si no encontramos en el universo referencia de una plena y perfecta manifestación de Dios, entonces no es posible la religión.
El movimiento religioso que existe en el ser humano, que brota de las zonas más profundas de su alma, está dirigido a re-ligarse, a re-unirse, con la divinidad, y consiste en una búsqueda incansable de la revelación divina y de la teofanía.
Una iluminación pura de la inteligencia se produce cuando el ser humano advierte, en las creaturas que integran el universo, la imagen real de principios esenciales de orden absoluto y divino: la belleza, la nobleza, la gloria. Cuando estos principios son hallados y cultivados en las creaturas, entonces la faz de Dios resplandece en el mundo.
No obstante, siempre subsiste la dificultad de ascender a Dios que remarcaban los antiguos Padres y Platón. Esta dificultad proviene de la necesidad de una manifestación plena y perfecta de la divinidad, de una encarnación real y verdadera de la divinidad dentro del orden universal, que es imprescindible para que exista religión.
El hombre puede percibir los reflejos de Dios, pero no puede llegar a Dios; puede percibir los destellos de los principios absolutos, pero una vez que los percibe, él quiere llegar a la fuente, quiere buscar el manantial de la belleza, de la nobleza y de la gloria, y quiere beber allí hasta saciarse. Este es el movimiento religioso del ser humano. No sólo quiere percibir la luz, quiere también mirar al sol.
Pero no es posible mirar al sol: Nadie ha visto jamás a Dios. Este es, sin duda, el misterio del dios desconocido de los griegos.
El cristianismo irrumpe en el mundo anunciando al Dios desconocido; precisamente viene a darlo a conocer, porque Dios ya se ha manifestado perfectamente. Nadie ha visto jamás a Dios, pero "el Hijo Unigénito que existe en el seno del padre, él mismo le ha dado a conocer19."
El cristianismo, pues, adviene como la religión de la perfecta manifestación divina.
Notas: 6 Actus Apostolorum 17, 22-23 ; 7 Actus Apostolorum 17, 34; 8 San Teófilo de Antioquía, Autólico 1, 3.; 9 Evangelium secundum loannem 1, 18; Epístola B. loannis Apostoli prima 4, 12.; 10 Epístola B. Pauli Apostoli ad Timotheum prima 6, 16.; 11 San Juan Damasceno, De Fide Ortodoxa, 4.; 12 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica 1 q. 12 a. 14; p. 32 a. 1.; 13 San Ambrosio, De Fide, X.; 14 Orígenes, Contra Celso VI, 64.; 15 San Dionisio Areopagita, De Divinis Nominibus 1, 5.; 16 San Juan Crisóstomo Evang, secundum loannem - Hom. XV.; 17 Platón, Timeo 28, c.; 18 Líber Eclesiastés, 5, 1. ; 19 Evangelium secundum loannem 1, 18.