El penitente debe confesar sus pecados acusándose de ellos frente a un sacerdote legítimamente aprobado con la intención de obtener el perdón de la absolución sacramental.
The penitent must confess his sins by accusing himself of them to a legitimately approved priest with the intention of obtaining forgiveness of sacramental absolution.
La confesión de los pecados fue instituida por Jesucristo. El rito ayuda al pecador a humillarse y a revelar sus malas acciones al sacerdote como frente a un juez misericordioso y un médico bueno y paciente. Recibe la satisfacción requerida por la justicia y el remedio apropiado para su condición.
Para que una confesión sea válida, debe ser completa, y el pecador no puede ocultar ningún pecado mortal. Debe acusarse fielmente ante el representante de Dios de todas las ofensas y errores que ha cometido contra Dios, su prójimo o él mismo. El hecho de ocultar deliberadamente un solo pecado mortal lo haría culpable de un grave pecado de sacrilegio.
El penitente obtiene todos los frutos posibles del sacramento de la penitencia si enlista humildemente sus faltas, haciéndolo de rodillas y en voz baja, breve y claramente, con modestia y sin hacer uso de palabras inútiles, sin buscar justificarse a sí mismo y sin exagerar ni aminorar sus faltas.
Esto es especialmente importante para aquellos que han adquirido malos hábitos, y que desean hacer un uso sagrado del sacramento de la penitencia después de haber practicado la religión conciliar durante años. La confesión no es una entrevista, un diálogo o una oportunidad para hablar sobre uno mismo. No es el lugar para expresar las consideraciones espirituales, hablar sobre las gracias recibidas o reflexionar sobre el significado de la propia existencia como si se estuviera con algún amigo cercano. La confesión es el momento donde se confiesan simplemente los pecados cometidos con un corazón contrito. No debe ser un monólogo extenso.
El penitente está ahí para poner su carga a los pies del sacerdote y someterse a su opinión, su consejo espiritual y su juicio como ministro de Dios. Si fuera necesario, puede pedir al sacerdote ayuda para hacer una buena y santa confesión.
This confession of sins was instituted by Jesus Christ. The rite helps the sinner to humble himself and reveal his ill-doings to the priest as to a merciful judge and a good and patient doctor. He receives from him the satisfaction required by justice and the appropriate remedy for his condition.
For a confession to be valid, it has to be complete, and no grave or mortal sins the sinner has on the sinner’s conscience can be hidden. He must loyally accuse himself before God’s representative of all the offenses and wrongs he has committed against God, his neighbor or himself. Willfully hiding a single mortal sin would make him guilty of a grave sin of sacrilege.
The penitent reaps the greatest fruits of the sacrament of penance if he humbly lists his faults, on his knees and in a low voice, briefly and clearly, modestly and without useless words, without seeking to excuse himself or justify himself, and without exaggerating or lessening his faults.
This is important for those who have acquired bad habits, and who wish to make a holy use of the sacrament of Penance after practicing the conciliar religion for years. Confession is not an interview, a dialogue, an opportunity to tell one’s life story. It is not the place to voice spiritual considerations, tell of the graces received or reflect upon the meaning one’s existence as with a close friend. It is the moment to confess one’s sins simply and with a contrite heart. It is not supposed to be a long monologue.
The penitent is there to place his burden at the feet of the priest and submit himself to his opinion, his spiritual advice, and his judgment as minister of God. If need be, he can ask the priest to help him make a good and holy confession.
Fuentes: Gasparri / FSSPX.News –