(Imagen: Un fraile en su celda del Convento de Saint Maximin, circa 1940) |
“La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios”.
La “Catena Aurea” de Santo Tomás de Aquino atesora la triple riqueza de ser la concatenación de los más selectos comentarios de los Santos Padres al Evangelio, haber sido estos escogidos por la inteligencia y sabiduría del Doctor Angélico y haber sido escrita a pedido del Vicario de Cristo. Santo Tomás de Aquino cita multiples veces a 57 Padres Griegos y 22 Padres Latinos para exponer el sentido literal y el sentido místico, refutar los errores y confirmar la fe católica. “Esto es deseable, escribe, porque es del Evangelio de donde recibimos la norma de la fe católica y la regla del conjunto de la vida cristiana” (Catena Aurea, I, 468).
La Catena Aurea nos hace entrever la perennidad y actualidad de Santo Tomás también como exegeta ya que no cae en la trampa de una explicación histórica y positiva como la exegesis que acapara la atención hoy, sino que partiendo del sentido literal llega al tesoro inagotable del sentido espiritual. Santo Tomás nos guía a descubrir que la Sagrada Escritura enseña a cada alma en particular todo lo que necesita para su santidad ya que Dios es el sujeto de la Escritura y su causa eficiente, formal y ejemplar, como también final.
Le agradezco que escriba sobre la Lectio Divina. ¿Tiene algun monográfico sobre el tema? Gracias.
ResponderEliminarNo tenemos a mano ahora, pero si busca en la internet hay mucho sobre este tema.
ResponderEliminarDurante el último tiempo he leído y escuchado algunos recursos sobre lectio divina, así como sobre la Escritura en el cristianismo antiguo. Si bien me falta tiempo y disposición -y quizás un maestro- para acometer la lectio divina en serio, hay una tarea que ya empecé: leer la Biblia de comienzo a fin, recitando pasajes para asimilarlos y hasta memorizarlos si es posible.
ResponderEliminar¿Qué sería una práctica protestante? Ello no implica que sea malo. Los padres del desierto y los benedictinos y cistercienses se dedicaban a memorizar la Escritura sin cesar y de ello sobran testimonios e investigaciones. La diferencia está en la finalidad de la memorización.
El protestante ve en la Biblia un manual de reglas y de soluciones prácticas, y por ello busca siempre “criterios bíblicos” para cualquier cosa imaginable, sea gerenciar una empresa, preparar la cena o cortar el pasto. Para el protestante, la Biblia pareciera tener poco que ver con la contemplación de Dios, sino que es un libro meramente práctico. Sigue siendo “La Torah”.
El católico más o menos instruido, por su parte, pareciera haber asumido la Escritura como un mero insumo apologético, sacando citas de aquí o allá sea para defender la doctrina tradicional contra las herejías clásicas o para barnizar esas mismas herejías con un toque escriturístico. Ya conocemos el típico “prueba por Escritura, prueba por Tradición”, de los viejos manuales, con lo que, parecido a los protestantes, nos valemos de la Biblia para solucionar una cuestión contingente, ganar la discusión.
En contraste, el monacato vio en la Escritura un medio igualmente, pero para una finalidad completamente distinta, la unión con Dios, “metiéndose” de algún modo en la letra de la Escritura. En cierta forma, es una lectura “por la lectura” que tiene por objeto dejar a Dios hablar en vez de estar hablando uno todo el tiempo, y si es necesario decirle algo, que mejor forma de empezar que usando las mismas expresiones del texto sacro. Esta perspectiva da por supuesto el valor moral y dogmático de la Escritura -por algo es el registro de la Revelación- pero va mucho más allá, pues se busca el dialogo con Dios por medio de la Palabra de Dios.
¿Qué no se puede? Somos capaces de memorizar líneas enteras de El Padrino o Rocky ¿y no podemos intentarlo con la Biblia? Es cosa de darse tiempo que ocupamos en la pereza o divagaciones, 15 minutos en la casa. Incluso durante la calle o el almuerzo. Ir recitando en voz baja (y si estás solo en voz alta) una y otra vez los pasajes que vas leyendo, aún a costa de que nos demoremos, y es bueno demorarse, pues no se trata de una novela para seguir a la ligera.
¿Qué podemos caer en el “libre examen”? No tendría porque ocurrir. Partimos del supuesto que somos cristianos que hemos recibido los rudimentos de la Fe por medio de la Iglesia, y que si tenemos dudas sabremos acudir a un entendido o a textos de apoyo. No digo que no se pueda comprender la Biblia fuera de la Iglesia: sin la Iglesia (y su antecesor Israel) no existiría Biblia alguna, sino pergaminos y códices desperdigados e inconexos, algo que el protestante aún no es capaz de entender.
¿Qué cabe esperar? En lo inmediato, aprender el lenguaje de Dios, escucharle y responderle con sus Palabras y de este modo, mejorar nuestra oración. Para quienes no podemos ir a Misa todos los días ni somos tan asiduos al Rosario como ¿deberíamos? la lectura pausada de la Escritura puede ser un camino.
ResponderEliminar¿Alguna Biblia en particular? En varias paginas se señalan las buenas traducciones (Torres Amat, Nacar, la antigua de Jerusalén, de Navarra) y se descartan las inaceptables como la nefata “Latinoamericana” . Por mi parte, tengo la fortuna de tener la ya perdida Bover-Cantera, con traducción muy literal, notas ortodoxas y un tamaño manejable. El hecho de que sea una traducción rigurosa, de lectura algo difícil, lejos de ser un problema, es una ventaja, pues nos obliga a leer varias veces, a recitarlo, a “rumiar” el texto, lo cual era la verdadera meditatio de los monjes.
¿Plan de lectura? Por comodidad, prefiero ir e3 Genesis hasta el final, cosa de apreciar el Pentateuco en todo su valor, aunque en la red hay varios planes de lectura, algunos acordes al año litúrgico tradicional, y aquí dejo los links:
http://www.newliturgicalmovement.org/2007/10/guest-nlm-piece-place-of-lectio-divina.html#.XBLBImgzaUk
http://iteadthomam.blogspot.com/2011/12/lectio-divina-year-long-cycle-according.html
Espero, entonces, que estas líneas sirvan de motivación para mi y para otros. Yo ya partí y espero persistir, con la ayuda de Dios.